Cuando un director como Quentin Tarantino estrena una película, sabemos que estamos frente a un verdadero acontecimiento cinematográfico. El resultado podrá gustar más o menos tanto a la crítica como al público en general pero lo cierto es que una obra del calibre de “Once Upon a Time in Hollywood” merece ser vista y estudiada en profundidad.
La película en cuestión es una carta de amor del director al Hollywood de 1969, esa época que el mismo Tarantino recuerda con nostalgia y que rememora a través de su experiencia como ciudadano de Los Ángeles cuando era tan solo un niño. Quentin mismo dijo que este, su noveno film, es su “Roma” (en alusión a la extremadamente personal obra de Alfonso Cuarón). Otro signo de esto es su propio título que no solo hace alusión a la cinta de Sergio Leone “Once Upon a Time in the West”, un spaghetti western considerado como uno de los grandes exponentes del género y que podría ir en consonancia con las películas que terminó haciendo el personaje de DiCaprio, sino que también hace referencia a la frase con la que comienzan infinidad de cuentos, fábulas y obras de ficción. He aquí un dato no menor, si bien Quentin decide colocarnos en un contexto muy particular y atribulado en Hollywood con referencias y personajes reales como Steve McQueen, Roman Polanski, Sharon Tate y Charles Manson, entre otros, nos encontramos ante una obra de ficción que sirve como un derrotero que propone Tarantino para hacernos pasar 165 minutos de puro cine.
Lo interesante de este nuevo opus del director de “Pulp Fiction” radica en que no se parece a sus films anteriores. La estructura narrativa de este largometraje está bastante escondida y casi durante la primera hora el espectador no sabe en qué va a desembocar todo eso que se le está contando. Es como que al igual que el personaje de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), nos vemos abrumados por los pormenores de la industria y las cuestiones que se van presentando en el camino de los personajes que no nos daremos cuenta de qué trata la película hasta estar bien sumergidos en la narración.
La cinta nos narra cómo una estrella de un western televisivo, Rick Dalton, intenta amoldarse a los cambios que comienzan a producirse en el ambiente artístico, al mismo tiempo que su doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt). La vida de Dalton está ligada completamente a Hollywood, y es vecino de la joven y prometedora actriz y modelo Sharon Tate (Margot Robbie), que acaba de casarse con el prestigioso director Roman Polanski. Lo que no saben es que residen bajo un halo oscuro representado por el Clan Manson que acecha a la ciudad de Los Ángeles. A grandes rasgos este sería el argumento del film pero la realidad es que nuevamente la estructura no se presenta de manera clara, uno de los grandes logros del guion de Tarantino, al mismo tiempo que juega con la diferencia entre la realidad/ficción y las expectativas y el conocimiento previo del espectador.
El director se desenvuelve en un terreno que le calza a la perfección. Cine que habla de cine. Resulta realmente cautivante ver cómo se realizaban las películas y las series de televisión de la época, al igual que cómo funcionaba la relación entre los actores y sus dobles de riesgo. Un momento donde cada actor tenía un doble en particular y donde se los conocía, no como hoy en día donde hay grupos y coordinadores de stuntmen.
En esta oportunidad, nos encontramos con un Tarantino más maduro, que decide tomarse el tiempo para que la historia se asiente en el espectador, esto último justifica que el ritmo sea más pausado y también brinda el contexto adecuado para mostrarnos y jugar con esa sensación de peligro inminente y/o amenaza latente. En todo momento estamos esperando que suceda algo ya que reconocemos los instantes y la peligrosidad del entorno. La figura de Sharon Tate se muestra optimista e impoluta y por eso se acrecienta el suspenso y la idea de que su persona está en riesgo.
En lo que respecta a los aspectos técnicos cabe destacar la dirección de fotografía de Robert Richardson, habitual colaborador de Quentin, que decidió (seguramente con el director) rodar la película en fílmico y respetar los distintos formatos y relaciones de aspecto de los diferentes productos que se ven en la cinta (cuando hablan de la serie de Rick Dalton, “Bounty Law”, tenemos una relación de aspecto 1,33:1 por ejemplo). Es más, en algunos cines de Estados Unidos la película fue proyectada en 70mm. Por otro lado, la banda sonora resulta otro de los grandes ingredientes de la película que sacan a relucir el costado melómano del director. Demás está decir que la edición es otro de los puntos fuertes y que es una pieza esencial para mantener el interés del espectador a lo largo de las casi tres horas de metraje.
Como bien se puede esperar de una película de Tarantino, “Había una Vez en Hollywood” está plagada de referencias cinéfilas y a la cultura popular. Más allá de la referencia del título que ya mencionamos hay varias alusiones a Sergio Corbucci y a Sergio Leone. Además, el director incluye una auto-referencia a “Inglorious Basterds” al decir que Rick Dalton trabajó en una cinta de Antonio Margheriti, nombre que utiliza el personaje de Eli Roth en aquel film para pasar de incógnito, film en el que también estaba el personaje de Brad Pitt, Aldo Raine, que se hacía pasar por un stuntman. También hay menciones a las series “The Green Hornet” o “Wanted Dead or Alive” o a los films “The Great Escape”, “Batman”, “The Wrecking Crew”, entre varias otras.
El noveno film de Quentin Tarantino se nos presenta como una obra inmensa que desafía las formas actuales de narración para volver a un estilo clásico pero con un toque distintivo propio del director. A su vez, las excelsas interpretaciones de Leonardo DiCaprio y Brad Pitt embellecen un relato por demás inspirado que cuenta con una inmensidad de cameos de actores del universo Tarantino y varias figuras reales como las del clan Manson, Polnaski/Tate y Bruce Lee.
“Once Upon a Time in Hollywood” es una de las experiencias cinematográficas del año que vale la pena atestiguar en pantalla grande.