El realizador de «Mi madre» y «Las canciones de amor» se centra en los extraños eventos que suceden cuando una pareja decide separarse. Con Chiara Mastroianni, Benjamin Biolay, Vincent Lacoste y Camille Cottin.
En HABITACION 212 sucede algo llamativo para el cine francés: hay un affaire amoroso. No, mentira, no habría cine francés sin esos affaires. Lo que sí es raro en esta fallida comedia dramática o drama romántico del realizador de LAS CANCIONES DE AMOR es que aquí se lo toman en serio, no como algo tan natural como un croissant matutino. En la primera escena –acaso la mejor– de esta película descubrimos a María teniendo una historia con un joven estudiante de origen latino, historia que rápidamente es descubierta por Richard, su marido, tras toparse con las notificaciones de mensajes telefónicos del tal Asdrubal en su celular. Cuando uno supone que, al mejor estilo francés, Richard ignorará el asunto y seguirá sirviéndose su copa de vino, el tipo reacciona y confronta a su esposa.
María (Chiara Mastroianni, elegida mejor actriz en Cannes 2019 por este rol) trata de sacarse el problema de encima con el esperable argumento aquel de «no fue nada importante, solo un poco de sexo» y pasa al ataque diciendo que, después de todo, entre ellos ya no hay mucho de aquella pasión que los unió veinte años atrás. «Somos como hermanos», le dice, un tanto terminante y sutilmente cruel. Pero Richard insiste, la cosa sigue peliaguda y Maria termina yéndose de su casa con bolsito. ¿Adónde va? Al hotel de enfrente, a calmar un poco los ánimos.
Honoré –como lo viene haciendo desde hace rato– entra ahí en un terreno de pura fantasía psicoanalítica. Estando en la Habitación 212 de ese hotel, la mujer empieza a recibir extrañas visitas. Primero llega Richard, pero el Richard de veinte años atrás, de quien se enamoró. Y luego aparece Irène, una profesora de piano de la que Richard estaba enamorado cuando conoció a María y a la que dejó por ella. Y así, entre conversaciones retrospectivas, la película tomará un aire de ensoñación pura en la que el pasado se cruzará con el presente pero no ya solo en la habitación en cuestión sino en la casa de Richard también, igualmente sorprendido al recibir la visita de la que fue su profesora un cuarto de siglo atrás y con la que tuvo un romance cuando él era, ay, demasiado joven.
El realizador rodó HABITACION 212 en un set de filmación, con las dos veredas, la casa y el hotel construidos frente a frente en torno a una pequeña calle parisina encantadora y siempre nevada, con un pequeño multicine cerca. Y por momentos deja en evidencia el «juego» que propone desde la ficción. Es claro de entrada que estamos en un terreno que algunos podrían definir como realismo mágico y otros, simplemente, como cinematográfico, un territorio de ficción pura donde cualquier cosa puede suceder en tanto tenga sentido para el drama o la historia que se cuenta.
El problema de HABITACION 212 es que luego de planteada la potencialmente ingeniosa situación, la construcción narrativa se vuelve forzada y caprichosa. Tanto María como Richard lidian con las otras opciones que podían haber tomado en el pasado –es claro que la mujer tiene un listado de partenaires sexuales que casi alcanzan en cantidad al número del cuarto en cuestión– y a la vez reconocen, o entienden, que entre ellos existe algún tipo de magnetismo que los une y que quizás no se haya apagado del todo todavía.
Los problemas del guión –reiterativo, terapéutico, un tanto soso– son a veces disimulados por la labor de Chiara Mastroianni que hace de su María una mujer que, recién promediando los 40, parece empezar a tomar cierta conciencia del potencial daño que sus actos pueden causar. Benjamin Biolay encarna a Richard como un adulto apesadumbrado y timorato, pero igual o más tiempo de pantalla tiene Vincent Lacoste, que lo interpreta en su más intensa y salvaje juventud.
En paralelo, Honoré dedica un buen tiempo a la historia de la profesora de piano (encarnada por Camille Cottin en sus cuarentas de entonces y por Carole Bouquet en sus sesentas de ahora), un drama aparte que juega también con las elecciones de vida de Irène, la tercera en cuestión en los inicios. Y, por supuesto, también el intenso Asdrubal (es latino, tiene que ser intenso) reaparecerá en medio del sueño o pesadilla que envuelve a ambos en esa «noche mágica».
Sobre el final (no teman, no hay spoilers) habrá una escena con aires de musical que recordará a las mejores películas de Honoré, como LAS CANCIONES… o EN PARIS, en la que el realizador parecerá recuperar la magia de aquellos films musicalizados por Alex Beaupain. Una vieja, romántica y bellamente cursi canción de Barry Manilow dirá y hará mucho más por HABITACION 212 que los esforzados 80 minutos previos de terapia de pareja. Y dejará pensando a los espectadores –especialmente teniendo a Biolay como uno de los protagonistas– si no habría sido mejor idea haber hecho una comedia musical desde el principio.