Maria está casada hace 20 años y tiene una vida sexual libre e intensa. El tema es que no la tiene con su marido Richard sino en distintos affaires con hombres generalmente menores que ella, con especial predilección por estudiantes universitarios, como describe la secuencia introductoria de la nueva película del director de Canciones de amor.
Pero no es que no lo quiera: para ella -parece- lealtad y compañerismo marchan por carriles separados del de la fidelidad. O al menos así es hasta que una noche siente que llegó el momento de tomarse un tiempo, razón por la que se alquila un cuarto (la habitación 212 del título) en el hotel de enfrente del departamento matrimonial. Lo que inicialmente es un espacio para reflexionar sobre cómo seguir de allí en adelante, termina como un viaje íntimo y fantástico por su vida amorosa y la de su pareja.
El acto central de Habitación 212 está integrado por distintos encuentros de Maria (Chiara Mastroianni) con hombres y mujeres pertenecientes al pasado que se materializan en el presente. Es así que desfilan por la pantalla el Richard de 25 años que supo enamorarla, la profesora de piano que fue su primer amor, además de la mamá y la abuela de Maria.
A medida que avanzan las charlas sobre el amor, los vínculos, la femineidad y el paso del tiempo, la película va abandonando su tono fresco y su mirada desprejuiciada sobre el sexo y las infidelidades para entrar en un terreno de psicoanálisis colectivo, una relectura sobre los distintos caminos que podría haber adoptado su vida si hubiera tomado decisiones distintas. Un mecanismo circular y, por lo tanto, reiterativo que recién recupera parte de su energía inicial en un desenlace que hace de la magia un motivo festivo, en lugar de un vehículo para mirarse en el espejo.