“Habitación 212” de Christophe Honoré. Crítica.
Las afinidades electivas
Marcelo Cafferata Hace 11 horas 0 33
¿El amor y la pasión son perdurables? ¿Hay algún antídoto para el paso del tiempo y el desgaste lógico dentro de una pareja, que permita de todos modos ir renovando el contrato amoroso y volver a encontrarse? ¿Tenemos plena conciencia de que cada una de las decisiones que tomamos en nuestro aquí y ahora –decisiones amorosas incluidas- impactarán irremediablemente en nuestro futuro?
Chistophe Honoré (el director y guionista de “Mi Madre” con Isabelle Huppert, “La belle personne”, “Canciones de Amor” y “Les bien-aimés” con Catherine Deneuve), intenta en cierto modo buscar las respuestas a estas y otras preguntas, a través de una historia que juega permanentemente con la ruptura del eje del tiempo, de modo tal de generar un espacio en donde pasado y presente se funden sin marcas temporales.
María y Richard, son una pareja sin hijos, que con casi 25 años juntos atraviesan otro periodo de decepción amorosa y replanteo, una nueva crisis que los enfrenta a sus propios deseos, sus propias pulsiones y a la forma en que cada uno de ellos aborda el paso del tiempo, narrado a través de encuentros y desencuentros en el seno de su propia pareja y con personajes que han marcado fuertemente su vida sentimental.
Honoré borra los límites del tiempo, permitiéndoles inclusive a sus criaturas, enfrentarse con ellos mismos en su pasado / futuro –dependiendo del punto de vista en que se sitúe el personaje- donde todo sucede simultáneamente.
Su puesta teatral al servicio de este juego del no-tiempo permite armar un relato coral con su centro en María (impecable y sensual Chiara Mastroianni) que convoca a los “fantasmas” amorosos de momentos importantes de su vida para darles cobijo en la “HABITACION 212” que da título al filme.
El número de esta particular habitación en donde María no solamente se encontrará con todos sus amantes sino también con la figura de su madre, se vincula justamente con el Artículo 212 del código civil francés que habla de la mutua fidelidad que se deben los cónyuges.
Ella ha optado por sobrevivir a su infelicidad y a sus momentos de tristeza, encontrando cierto antídoto en el desahogo sexual y los efímeros momentos de placer que le han brindado sus amantes ocasionales –o no tanto-, quienes se dan cita en esta noche de ensueño y confluyen todos ellos en una misma habitación.
María siente que ha roto las estructuras, desobedeciendo y trascendiendo el mandato impuesto en la rama femenina de su familia, buscando de esta manera su propia libertad pero que al mismo tiempo, eso la ha llenado de un vacío que precipita su melancolía y la obliga a convivir con esa permanente nostalgia de un tiempo perdido, casi imposible de recuperar.
Honoré sigue abriendo el juego enfrentado a la misma María con la figura fragmentada de su marido, que se presenta en tres momentos diferentes a la vez: el “vencido” Richard a los 40 (Benjamin Biolay), la frescura del Richard de los 20 (Vincent Lacoste) cuando se conocen y se entregan a la pura pasión, y el adolescente que a los 14 se enamora de su profesora de piano, Irène, con quien finalmente tiene un amorío que interrumpe al conocer a María (también en un doble personaje a cargo de las formidables Camille Cottin y Carole Bouquet).
El artilugio se multiplica una y otra vez, cuando María desde la ventana de la habitación del hotel puede ver a su propia casa y presencie en encuentro de Richard e Irène que esta noche lisérgica ha propiciado, donde cada uno de ellos evaluará el efecto de las decisiones que se han tomado, lo que cada desencuentro ha producido, y donde comienzan a preguntarse “que hubiese pasado si…”, como exacerbación de lo lúdico y un causa-efecto imposible de descifrar en el campo de lo real.
Esa noche tan mágica como reveladora, es iluminada por las marquesinas de un cine que da cuenta, una vez más, del artificio ficcional de la propia película que estamos viendo, y que al mismo tiempo nos invita a disfrutar de las múltiples referencias que Honoré pone en su puesta: hay algo del Dolan de “Los amores imaginarios” en el uso de los colores y en la melancolía de cada despedida, sobrevuela casi permanentemente el espíritu de Resnais con ese diálogo permanente entre cine/teatro/autor-actor/ficción y un toque de Garrel en el tormentoso vínculo de los amantes y la infidelidad como marca constitutiva en la relación.
Quien pueda entrar al juego que propone Honoré encontrará seguramente deliciosa a “HABITACIÓN 212” que sigue construyendo ideas y escenarios en nuestro imaginario, mucho después de haber terminado con una última escena donde María parece haber ordenado sus ideas, mientras que nosotros quizás estemos más llenos de preguntas.
Dirección
Montaje
Arte y Fotografia
Guion
Actuación
Honoré borra los límites del tiempo, permitiéndoles inclusive a sus criaturas, enfrentarse con ellos mismos en su pasado / futuro –dependiendo del punto de vista en que se sitúe el personaje- donde todo sucede simultáneamente. Su puesta teatral al servicio de este juego del no-tiempo pe