“Habitación 212” nos ofrece una típica comedia adulta francesa, abordando personajes maduros en pleno acto reflexivo que los conduzcan a (re) encontrar una manera acertada de amar. Su tono desprejuiciado invita a un divertido, surrealista y estimulante viaje. Confronta el juicio ético de sus criaturas, evaluando vínculos pasados como ejercicio de liberación. Ejercita una mirada efervescente hacia escondidas infidelidades. Ensaya un retrato de viejos amantes que regresan como espectros fantasmales; acaso también en un intento de psicoanalizar el sexo. Christophe Honoré, realizador, guionista y escritor de novelas juveniles, suele abordar temáticas polémicas, en films como “Canciones de Amor” (2007) o “Les Bien-Aimés” (2011), dos de los más destacados de su abultada filmografía. Aquí, decide dar un drástico giro a sus anteriores largometrajes, prefiriendo cierta nostalgia cinematográfica que se filtra a través de la convención de esta variante de absurdos, fuertemente influida por clásicos hollywoodenses de la screwball comedy, autoría de George Cukor o Ernest Lubitsch. La protagonista -interpretada por la sutil Chiara Mastroianni, premiada en Cannes- es un frágil voyeur de su propia vida. Una decisión trascendental la aguarda. El dispositivo cinematográfico la coloca en el centro de esta escena teatralizada, convertida en necesario ritual de liberación. Honoré se decanta por un juego de espejos que se vale del artificio: “Habitación 212” sortea la oscuridad de su noche onírica bajo la visión de amor romántico desmontado. Un lúcido observarse a sí misma desde ‘el afuera’ detiene el tiempo a su alrededor. Pasado, presente y futuro parecen confluir. La eternidad se condensa en un instante repetido en bucle. Mastroianni reconstruye su esencia, propósito y sentido. Con ingenio e intensa intimidad, la película consuma su anárquica fantasía.