UN POCO DE AMOR FRANCÉS
Maria y Richard son pareja hace veinte años, pero parecen haber llegado a ese lugar con una idea diferente de lo que es la convivencia de largo aliento: mientras él se aferra a su pareja cada día más, ella se toma sus libertades y se enreda en amoríos puramente sexuales. Claro, ninguno le había comentado al otro cómo es que pensaron esa instancia de la vida. Por eso cuando él descubra una infidelidad de ella, la pareja se quebrará y Maria decidirá abandonar el departamento para hospedarse en una habitación del hotel de enfrente. Una idea que parece sumamente ridícula, pero que dentro de la lógica que maneja Christophe Honoré en su película es coherente: estamos ante una comedia, entre romántica y dramática, que juega con nociones psicoanalíticas pero con un dejo de farsa que sobrevuela todo. Así es como una vez que Maria se hospede en el hotel, llegarán a visitarla su esposo pero con la apariencia de cuando se conocieron, ex amantes, su madre, su abuela, una ex pareja de su esposo. Cuando Maria cierra la puerta de la habitación, Habitación 212 abre las puertas de una imaginación un poco irrefrenable: el relato ingresa en un territorio surrealista con fluidez pero sin demasiadas justificaciones.
La película de Honoré es un principio un vodevil estimulante, con una protagonista que parece llevarse todo por delante (la primera escena es divertidísima), aunque velozmente pueda convertirse en un drama intenso. Ese es un anticipo de lo que vendrá, porque cuando los recuerdos se corporicen ante Maria la película rizará demasiado el rizo acertando y errando de manera constante, entre ideas que funcionan y son efectivas y otras que resultan redundantes o, cuando no, irritantes. Acierta Honoré cuando apuesta por la ligereza, cuando Maria parece tomarse poco en serio a sí misma y sus amantes se amontonan en la habitación hasta abarrotarla o cuando su conciencia se corporiza en una suerte de Charles Aznavour apócrifo. Son esas idas las que vuelven a Habitación 212 tan desconcertante como fascinante. Una película capaz de reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre el amor y la convivencia de forma despreocupada y sin mirar ningún manual del lógica cinematográfica. ¿Por qué de repente los personajes aparecen charlando apoyados sobre una maqueta de la cuadra en la que viven? No hay demasiada explicación. Tal vez solo porque queda lindo y una linda imagen justifica todo.
Las arbitrariedades en el cine funcionan cuando el tono es deliberadamente lúdico. Y Honoré lo olvida en determinado momento, abriendo el juego para que otras historias se apoderen del relato, perdiendo el centro de lo que estaba contando y poniéndose demasiado serio y rígido, como aceptando la suscripción de su película a una idea de “lo francés” o a lo que buena parte del público entiende por “lo francés”. Aunque puede que se trate también una ironía de Honoré, dueño de un sentido del humor particular. Llegada cierta instancia, uno ya no sabe bien qué creer de lo que está viendo. Y elige creer en Chiara Mastroianni, que le otorga la ligereza a su personaje que a veces la película le niega. Y también un poco cree en las canciones y en el buen gusto de Honoré para musicalizar, y para jugar al musical, aunque recurra a una balada tribunera de Barry Manilow. Si hay algo interesante de Habitación 212 es que no deja indiferente, aunque muchas veces eso signifique estar sentado ante la pantalla con un alto grado de irritación.