Espacios vivos
Hábitat, dirigida por Ignacio Masllorens, es una película sobre distintos espacios urbanos dentro de la ciudad de Buenos aires. Lentamente uno se sumerge en un viaje por una ciudad completamente deshabitada, donde lo único que ha quedado de vida es lo material, las edificaciones, las calles, las ventanas por donde nadie observa ni nadie es observado.
Una propuesta sumamente interesante de puesta en escena donde sus pequeños halos de vida queda en algunos objetos que se mueven, algunos televisores que aún siguen funcionando, algunas máquinas que persisten en su rutina, pero después de ello no hay más que espacios. Lo humano ha desaparecido y son los lugares urbanos con sus objetos que se extienden para conectarse entre sí.
Tan solo en 40 minutos pero de duración justa, este mediometraje va desde un extremo de la ciudad hasta el otro. Ingresa desde las afueras y desde lo alto de los edificios para así irse a calles de barrio y luego volver al centro donde se encuentran las edificaciones más clásicas e imponentes. Dichas calles del centro se caracterizan por tener sus negocios cerrados, mientras que las grandes tiendas de comestibles lucen ordenadas y aún con los víveres en su lugar sin que nadie consuma. Inclusive el subterráneo sigue transmitiendo la publicidad. Lo más llamativo de todo el trayecto, es que Plaza de Mayo, increíblemente luce vacía. La misma negación de las personas hace que sea éste un retrato de la ciudad detenida en un momento del día. Bajo un plano fijo por lugar se construye un pulso mismo de la ciudad, pero con los espacios dejados al azar, como si todas las personas hubieran dejado todo al mismo tiempo.
Y no existe la noche. No está la ambigüedad y la sospecha que ofrece la oscuridad ni la duda que siempre carga el contraluz. El pulso de la ciudad se resiste a volverse misteriosa por la luz, se deja ver como por sí misma. Su propia vida desde sus colores naturales. Tampoco tiene el dramatismo de la lluvia. El día eterno que va desde el cielo celeste para terminar mezclándose con en el mismo color del río.
Pero todo es un viaje netamente urbano con sus figuras, sus formas y sus líneas. Todo es geométrico y estructurado en un ambiente que mantiene la perplejidad de la soledad, pues la ciudad luce ordenada, limpia y estable. Incluso los árboles se siguen moviendo con el viento y las palomas irrumpen en los tejados.
Una película particular con su resistencia a la narración clásica y al eterno seguimiento de personajes. Su negación absoluta de los mismos la hace sumamente encantadora ya que dicho exceso de realidad -y de materialidad- convierte todo, al mismo tiempo, en un viaje hipnótico por una ciudad fantasma (y no fantasmal). Este es un retrato de una Buenos Aires convertida en ciudad fantasma, cuya gente la ha abandonado como aquellas ciudades que se mueven y existen solo para ser vistas como espejismos en la imaginación, para luego desaparecer.