El lienzo urbano
Trece segundos – en ocasiones siete- nos propone cada plano fijo de Hábitat para ejercer la libertad de la mirada sobre un encuadre que lentamente sufre la invasión de lo urbano, sin la presencia de lo humano.
El espacio vacío que forma parte del recorte elegido por el director Ignacio Masllorens para retratar desde la ausencia la presencia por los detalles, que se encuentran en las imágenes que van acopiando fachadas, edificios uniformes en una ciudad donde apenas es audible el revoloteo de algún ave o el ladrido desganado de un perro en una postal barrial decadente, reconoce la marca indeleble de un progreso un tanto cuestionable desde el punto de vista arquitectónico pero inevitable frente a la inescrutable presencia del tiempo. En esa fábrica recuperada, que sin el grito de libertad de sus operarios descansa en silencio la realidad de su lucha invisible, se estrella la desidia o la chatura de algún edificio emblemático que parece reconocerse más por su pasado que por su presente.
Narración abolida o excluída para que el espacio se reconfigure desde un territorio virgen y novedoso pero que no deja de ser reconocible.
Una Catedral atestada de símbolos y despojada; un Cabildo con un graffiti en su rostro urbano son parte de una geografía que excede el recorte de la mirada unívoca para abrirse hacia la reflexión más profunda y múltiple, que incluso resulta más que sugestiva al pensarse el título de Hábitat como ese lugar donde se vive y en el que la especie se encarga de perdurar cuando desde las imágenes estáticas de este mediometraje por momentos esa geografía parece abandonada o al menos invivible