El gusto y las razones de los otros
Cabría calificar de “renoirianas” a las películas escritas por la actriz, realizadora y cantante Agnès Jaoui, siempre en tándem con su marido, el actor y guionista Jean-Pierre Bacri. Tanto en las dirigidas por terceros (el caso de Conozco la canción, de Alain Resnais) como en las propias (El gusto de los otros, Como una imagen, ahora Háblame de la lluvia), “todos tienen sus razones”. Fórmula que alguna vez condensó la voluntad ecuménica de Jean Renoir, en relación con sus personajes y, por extensión, con el mundo. Todos los guiones de Jaoui & Bacri son inevitablemente corales, con la galería de personajes funcionando como espejos que se reflejan y refractan. La diferencia es, en tal caso, que los de Háblame de la lluvia parecen, en relación con los de las películas anteriores, más “escritos”, menos vivos, algo más arbitrarios.
En el centro del juego de espejos, como siempre, el personaje de la propia Jaoui. En este caso se trata de Agathe Vilanova. A la que –signo de su carácter público, así como de la distancia que establece– los demás suelen mencionar con nombre y apellido. Escritora feminista, recién ingresada al campo de la política, Agathe regresa, acompañada de su pareja, a su pueblo natal en el sur de Francia. Viene a darle una mano a su hermana Florence (Pascale Arbillot) en los trámites sucesorios vinculados con la muerte de la madre. Un periodista de televisión (Bacri) y su amigo Karim (Jamel Debbouze) aprovechan la ocasión para invitarla a participar de un documental, parte de una serie dedicada a mujeres “exitosas”. Karim es, a su vez, hijo de Mimouna (la argelina Mimouna Hadji), doméstica de toda la vida de la familia Vilanova, a quien Florence y su marido ya no pueden pagar un sueldo. A pesar de lo cual la fiel Mimouna les sigue sirviendo, a cambio de techo y comida y para disgusto de Karim, que no puede dejar de atribuir la situación al maltrato racial.
Todo está dado para un denso tejido de intereses encontrados y puntos de vista divergentes, que va desde la rivalidad fraterna –entre la dominante Agathe y su desplazada hermana menor– hasta la cuestión racial y social en la Francia (por extensión, Europa) contemporánea. Entre uno y otro asunto, otras puntas densas, algunas potencialmente irritantes. Como el tema de la soledad a la que su carácter despótico ha condenado a la feminista, puesta en crisis tanto por su hermana como por su pareja (y hasta por los improvisados documentalistas). “Potencialmente” es aquí la palabra clave, ya que ciertas insuficiencias en la definición y pintura de los personajes hacen del opus 3 de Jaoui una suma de bocetos, antes que una película completa y redondeada. Jugada, como los films anteriores de la dupla, a un tono que tanto se abre al drama íntimo como a la comedia ligerísima, algunos personajes no trascienden el carácter de piezas de un mecanismo (la pareja de Agatha, el marido de su hermana, la propia hermana). Otros resultan inconvincentes (el documentalista inepto de Bacri) y hasta Agathe parece más definida por lo que se dice de ella que por sus propios actos.