Coral un poco desafinado
La carrera de Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri como realizadores (aunque ella es la que dirige, los dos conforman el dueto más preciso de guionistas franceses de las últimas tres décadas, además de ser matrimonio) es curiosa. Todos sus films son comedias o comedias dramáticas; a veces con algún dispositivo raro o fantástico; el mejor ejemplo de ello es Conozco la canción, donde el mundo coral de Jaoui y Bacri se cruza con el mundo mental e irónico de Alain Resnais. Por lo general, lo que nos queda de estas películas es un paisaje humano más o menos irónico, que describe a la sociedad francesa, pero termina teniendo validez universal. No siempre dan en el clavo: el film anterior de Jaoui, Como una imagen, terminaba cargando demasiado las tintas en el costado satírico de cierta clase intelectual y cierta clase burguesa –ambas, finalmente, la misma– que diluía las relaciones más interesantes. No sucedía, sin embargo, en la película mejor construida de la realizadora, El gusto de los otros. Pero allí hay que contar con elementos que no se repitieron, como la gran actuación de Alain Chabat –un cómico extraordinario– y la alegría que el propio Bacri introducía en su personaje.
Háblame… está a mitad de camino de aquellas dos películas. Es evidente el trabajo de guión, pulido tanto en situaciones como en diálogos. También la manera como los enredos amorosos y familiares se trabajan alejados de la velocidad histriónica de la comedia americana. También en la precisión de los diálogos, que reflejan los modismos más sutiles de los franceses y los lleva al absurdo. El film gira alrededor de una feminista francesa, Agathe (Jaoui) a punto de lanzarse a la política que se toma unos días en su hogar natal al sur de Francia, pero no puede dejar de comportarse como política en campaña. Su hermana Florence tiene una empleada argelina, que a su vez tiene consigo a su hijo que, con un amigo, filman un documental sobre Agathe. Hay un romance clandestino, se muestra el racismo y diferentes relaciones de sumisión y poder, siempre en el plano de la comedia de costumbres. En este sentido, el mayor acierto del film consiste en que no se declaman grandes temas contemporáneos sino que éstos surgen a partir de cómo se relacionan –cuando lo logran– los personajes en medio de situaciones absurdas.
La distancia de la comedia permite que todos estos elementos conformen una narración sólida que establece contrapunto con el paisaje. Es, en el fondo, la historia de seres urbanos que tienen que sobrevivir en un medio que ya no reconocen como propio y se encierran en el propio sufrimiento. El tratamiento es coral y permite un lucimiento importante para cada intérprete. Sin embargo, algo falla: a medida que el film transcurre, su arquitectura se hace más y más aparente; su sentido se vuelve transparente y casi didáctico. Salvo por los actores, que en el tono logran eludir a medias el rígido corset del guión, todo es demasiado cartesiano como para que creamos del todo en la humanidad de estas criaturas. Un film de guión, pues, interesante pero alejado de la magia y la ambigüedad del mejor cine.