Tras padecer este año de cosas como Por fin viuda o Bienvenidos al país de la locura, ver Háblame de la lluvia permite concluir que en Francia todavía hay lugar para la comedia inteligente. Pero que Jaoui, capaz de escribir Conozco la canción (Alain Resnais, 1997) y dirigir El gusto de los otros, tenga que ponerse al lado de semejantes ejemplos para resaltar, habla de que algo ha fallado en esta, su más reciente realización.
Y es llamativo porque otra vez Jaoui construye un relato mucho más complejo de lo que aparenta en la superficie, porque crea otra galería de personajes con dimensiones y nunca seguros de sí mismos, porque sigue escribiendo diálogos punzantes y porque repite esa voz baja para, sin señalar a nadie, mofarse de ciertos lugares comunes de la burguesía. Es, se podría decir, Chabrol rebajado con mil litros de Woody Allen.
Agathe Villanova (Jaoui), una militante feminista, regresa al pueblo donde retomará contacto con su hermana, a quien siempre ha minimizado. A su vez, Michel (Jean-Pierre Bacri) y Karim (Jamel Debbouze) quieren filmar un documental con la mujer, quien está a punto de involucrarse en la política. Háblame de la lluvia será recorrida por sus personajes, desde cómo se relacionan entre ellos y cómo, también, se relaciona el lugar que ocupa cada uno o que cree ocupar con respecto al otro.
De manera inteligente, la directora y guionista teje un entramado de personajes y, por debajo, aparecen subtextos sobre el poder, la política, el liderazgo, las frustraciones, el riesgo, las decisiones personales, las consecuencias y el conformismo. Lo que hace valioso al film, es que todo esto está sugerido pero casi nunca explicitado: no hay gritos, no hay tensiones. Los personajes llegarán a comprenderse en determinado momento, pero al final nadie cambiará demasiado las cosas. Dice algunas cosas sobre las militancias y los absurdos a los que nos lleva tener que responder a determinadas posturas cuando construimos un discurso en torno a la moral y la ética.
El problema básico de Háblame de la lluvia es que en muy pocas oportunidades logra respirar como relato cinematográfico y se la nota excesivamente escrita. Si en El gusto de los otros los personajes se sentían felices o infelices de acuerdo a sus propias decisiones, aquí pareciera como si nada pudieran hacer ante un guión que se les impone para que sean contradictorios, ambiguos o, en oportunidades, hasta un poquito miserables. Háblame de la lluvia sí es mejor que el 90 % de las comedias francesas que se estrenan en el país, pero a veces lo es demasiado concientemente. Y eso tampoco sirve.