Con las patitas de Sarkó
De tanto predicar la libertad, la igualdad y la fraternidad, a los franceses les quedó pegada la mala conciencia sobre lo que debería ser políticamente correcto. Por eso, cada tanto sale un director dispuesto a lavar desde el arte los trapitos sucios sociales de la patria toda. Ahora, cuando en Francia soplan más que nunca vientos liberales, Agnès Jaoui toma la posta de esas reivindicaciones, pero lo hace tímidamente, como si avanzara a pequeños pasos, con las patitas cortas de Nicolás Sarkozy.
En Háblame de la lluvia una escritora feminista que está haciendo sus primeras armas en la política vuelve a su pueblo natal para arreglar algunos asuntos familiares. Allí, el hijo de su sirvienta le ofrece, junto a un periodista, grabar un documental como parte de una serie sobre mujeres exitosas. A partir de esa premisa se disparan diferentes historias cruzadas de las que tanto gusta el dúo Jaoui-Bacri (los dos, además de ser marido y mujer, escribieron el guión y protagonizan la película), en donde nadie cree demasiado en lo que dice ni en lo que quiere ser.
Los personajes son simpáticos, es amable seguirlos en sus aventuras y desventuras, pero no mucho más que eso. Cuando uno se pone a pensar un poco la película se da cuenta de que el accionar de todos es tibio, y pensando todavía un poco más, se llega a la conclusión de que la realmente tibia es la directora, que no se anima a jugarse en ninguna de las líneas argumentales. Lo que en tiempos del mejor Chabrol era una descarnada descripción de la hipocresía de la clase burguesa, en la película de Jaoui es un tímido esbozo de dudas simples y roces sociales.
Es así que el cuestionamiento del feminismo de la protagonista pasa por el dilema de darle mayor tiempo o no a su pareja, y el conflicto racial que en Francia incendia autos en los suburbios se refleja mediante la mirada torcida y el sentimiento de inferioridad del hijo argelino de la mucama, ahora devenido periodista amateur. Por otra parte, el doble discurso supuestamente progre de la clase dominante se pone en evidencia solamente por el hecho de que la política asegure que adora a su servidumbre, pero no le molesta en lo más mínimo que trabaje gratis en época de crisis. Todo esto sin contar que hay unos cuantos personajes secundarios que quedan desdibujados, casi haciendo comparsa de los otros, con historias aún más menguadas que no vale la pena comentar.
Es difícil explicar el gusto a poco que queda después de esta película, nada se mueve, nada conmueve ni llama al debate, tanto es así que después de verla resulta más interesante hablar del tiempo, o de la lluvia.