Política cotidiana
La inteligente ópera prima de la actriz y directora Agnès Jaoui, El gusto de los otros, era una comedia romántica sobre la crueldad cotidiana y el desprecio de clase, y su conjura posterior a través del afecto y el aprendizaje de las diferencias entre un hombre y una mujer de gustos y tradiciones disímiles.
Después de Como una imagen, la tercera película del matrimonio Jaoui y Bacri (su esposo suele interpretar y escribir los guiones que dirige su mujer), Háblame de la lluvia regresa al territorio de su primer filme: la cotidianidad como difuso escenario político no exento de conflictos, y la función de los vínculos más primarios como refugio afectivo. El epílogo coral es unívoco en su sentido: la lluvia es una metáfora de la intemperie existencial; quienes nos aman, una tierra firme.
En esta ocasión, los personajes elegidos representan actores sociales específicos: dos hermanas, una de ellas ama de casa, la otra una política feminista (Jaoui) que viene de visita para arreglar algunas cosas concernientes a su madre ya muerta.
La criada de la casa, que debe hacer algunos trabajos extras para sostenerse económicamente, es de origen argelino. Su hijo, cada tanto, cuestiona su docilidad y fidelidad a sus patrones, aunque esto no impide que en sus tiempos libres, cuando no trabaja como conserje de un hotel, elija como protagonista de un documental en el que trabaja como asistente a la política de la familia. En el primer día de filmación le preguntará: “Además del poder, ¿para qué sirve la política?”. El joven de origen argelino está casado, pero, como su mentor, que dirige el documental, tiene agendas románticas secretas.
Algunos travellings elegantes, la solidez dramática del elenco, algunas líneas de diálogo y la coreografía visual con la que termina el filme sostienen a Háblame de la lluvia, pero su liviandad tan placentera como cobarde diluye la tensión de clases y su sesgada connotación racista en elementos decorativos y no constitutivos del universo de sus personajes.
Jaoui y Bacri prefieren alivianar la vulnerabilidad de sus criaturas con algún toque humorístico y una convicción legítima aunque también cómoda sobre la preeminencia del mundo afectivo por sobre todas las cosas, una resolución que no deja de ser política.