Otra película que se instala en lo que ya parece ser una epidemia, obras de teatro trasladadas al cine o, conceptualmente, filmes con estructura de obra de teatro como en este caso, con la puesta en escena solo redunda sobre lo mismo. Toda la acción transcurre en el departamento de una pareja de clase media alta, tanto económica como intelectual.
Algunos buenos resultados se han dado por la solvencia del guión, tal el caso del filme francés “El nombre” (2012), o su versión italiana del 2015, ya el filme italiano repitiendo el concepto “Perfectos desconocidos” (2016) había desilusionado un poco. Nunca estas comedias pudieron llegar al nivel de “Un Dios salvaje” (2011) o “La piel de Venus”, ambas de Román Polansky, pequeñas joyitas con la misma idea, en la primera mantiene entre cuatro paredes a dos parejas en disputa, en la segunda sólo son dos personajes. Hay guión a desarrollar y un director que sabe como hacerlo. No son comedia, claro esta. ¿O si?
La historia de Vanni (Sergio Rubini) y Linda (Isabella Ragonese), quienes viven alquilando un departamento en el centro de Roma, mucho más grande del necesario, en un lujo que no condice con su nivel económico, sólo por las apariencias.
Vanni, escritor reconocido por los críticos pero no por las ventas, Linda, "colabora" en la escritura de las novelas, no aparece ni en las dedicatorias de las mismas.
Una noche, de importancia para su futuro, cena con los editores, a punto de salir, son invadidos por Alfredo (Fabricio Bentivoglio), un cirujano de gran prestigio, y Costanza (Maria Pia Calzone), en una crisis de pareja, con su matrimonio en plena decadencia, con él acusado de infidelidad. Ellos s-olo quieren que sus amigos aparezcan como jueces de una situación en la que no pueden tomar partido.
Ambos se reprochan pecados pasados, presentes, y hasta futuros, Vanni y Linda intentan sacarle peso trágico a la situación, calmarlos, ambos por infidencias, secretos, y mentiras siempre hay, terminarán por enredarse en el mismo juego y exponer todo aquello que silenciaron, las recriminaciones surgen como brotando desde lo más oculto.
En este caso el director, guionista y actor del filme, (sólo le falta cantar y bailar) debe creer que la recurrencia de un supuesto gag, sin una pizca de humor, por repetición se volverá gracioso, es al menos ingenuidad pura, cuando no, se instala en la “ley del menor esfuerzo”, o peor, tomar por tonto al espectador.
No es el único momento en que algo de esto pasa a tener ese olor, la narración abre con una voz en off, será el narrador de la historia que veremos, parece ser que nuestro testigo es un pez dentro de una pecera en el centro del espacio donde todo ocurrirá, parece, así lo instala desde los movimientos de cámara que siguen al relato, pero el relator no vuelve nunca más. (bueno, si, anotado en los créditos)
Este narrador dura como tal menos que un suspiro, para sobre el final dar una vuelta de tuerca que termina por instalar el desprecio sobre el intelecto del público.
No hay un buen guión, diálogos banales, sin la menor gracia, previsibilidad absoluta de las acciones, sin nada que destacar del diseño de producción o de la puesta en escena, En cuanto al rubro de las actuaciones se puede decir que son bastante desparejas, toda una ironía, destacándose por oficio, y no por la dirección de actores, Fabricio Bentivoglio e Isabella Ragonese, un escalón más abajo Maria Pia Calzone, a quien por momentos la sobreactuación la supera, Sergio Rubini nunca da con el tono que necesita el personaje.
Aburre queriendo entretener, y ese es su mayor pecado.