¿Quién puede presumir saber sobre el amor? Y… Habrá quienes sean más experimentados que otros, pero de lo que sí estamos seguros es que las dos parejas de esta película italiana no.
El director, Sergio Rubini, protagoniza este largometraje dándole vida a Vanni, un escritor que vive con Linda (Isabella Ragonese), su pareja, quien lo ayuda subrepticiamente a redactar sus libros en un departamento alquilado en el centro de Roma. Una noche en la que tenían un compromiso, debían reunirse en una exposición de arte con el editor de Vanni, Constanza (Maria Pia Calzone), un amiga en común, va a su casa para contarles que Alfredo (Fabrizio Bentivoglio), su marido, la está engañando con otra y les muestra su prueba, unas conversaciones de whatsapp -los celulares son las cajas de Pandora del siglo XXI-. Este matrimonio, mayor en edad, se instalará en el domicilio de los protagonistas solo con el fin de injuriar al otro y desprenderse de todas las miserias que acumularon a lo largo de los años.
En los papeles la propuesta es interesante e ingeniosa: reunir a dos parejas de diversas clases sociales, políticas y culturales que, a lo largo de la película, debaten sobre las (in)fidelidades, modos de vida, logros y sus fracasos. Ahora, todo esto se convierte en una verborrea de diatribas estridentes cuyo veneno provoca somnolencia en el espectador de turno. Los diálogos se resuelven de forma redundante, se reiteran incansablemente las actitudes, aptitudes y simpatías que tienen unos y otros para subrayar adrede el discurso. El gorgoteo constante de las palabras encerradas en un espacio reducido provocan asfixia, sensación que busca, sin duda, Rubini. Pero, el efecto que germina en quien ve esta película no es el de la reflexión, sino, más bien, el del distanciamiento. Esto, claro, es más por el tormento psicológico que generan los gritos que por el rechazo hacia alguno de los personajes.
La puesta en escena teatral tampoco ayuda, no permite que la película se desarrolle con fluidez y naturalidad. Al estar tan pendiente de lo que se habla, la cámara pierde movilidad y se estanca por momentos generando una sensación de saciedad visual.
Rubini con este material pudo haber realizado una bomba de relojería para que detonara y dejara electrizados a los de los espectadores. Sin embargo, asistimos a un coctel que de explosivo no tiene nada: es un registro de nervios, irritaciones y gritos rabiosos, que lo único que quiere uno es que se termine.
¿Algo que destacar? ¡Sí! Vanni y Linda al atender el portero eléctrico hacen un gesto similar al de “mama Cora”, un personaje icónico de Antonio Gasalla, porque no pueden escuchar por el auricular.