Una película coherente
La clave de esta película (¡y que por favor quede registro de nuestra generosidad por llamarla así!) está en el plano que le da comienzo: desde una terraza de Roma la cámara nos muestra algunos techos, una hermosa cúpula, un poco de las calles. Luego la cámara ingresa al moderno departamento en cual transcurrirá toda la acción. ¿Qué tiene este pequeño plano secuencia de especial o particular como para que afirmemos que hay en él una clave? Bueno, no mucho, simplemente se trata del típico movimiento de cámara utilitario y sin sentido que intenta decirnos que lo que estamos viendo es cine y no una obra teatral. Y este vano intento de engaño ya nos dice todo lo que necesitamos y hubiéramos preferido no saber sobre Hablemos de Amor (Dobbiamo Parlare).
Pero hagamos un esfuerzo y tratemos de avanzar un poco más. La trama gira en torno a dos parejas. Por un lado está la pareja inquilina del nombrado departamento, aparentemente muy feliz, compuesta por un escritor y su bellísima mujer, quién además colabora, sin obtener reconocimiento alguno, en los libros del primero. La otra pareja, mayor en edad, irrumpe una noche con sus dramas derivados de una sospecha de infidelidad mientras sus amigos se preparan para asistir a una exposición de Basquiat. Y como todos podemos imaginar al instante, este conflicto terminará derrumbando la aparente fidelidad de los más jóvenes. ¿Y en qué otra cosa que no sea una sesión sin gracia de lugares comunes puede derivar todo esto? En este sentido debemos reconocer la absoluta coherencia de Sergio Rubini (director, guionista y actor), quien no defrauda y recorre todas y cada una de las obviedades posibles: chistes sobre la falta de sexo en las parejas, sobre sus prejuicios raciales, sobre las diferencias socioeconómicas y, por supuesto, sobre las posiciones políticas de sus protagonistas, que están bien estereotipadas. Así entonces tenemos a los progresistas (los más jóvenes) y a los de derecha (los mezquinos mayores). Todo mostrado sin matices, sin ingenio y sobre todo sin gracia. La comedia en el cine requiere de timing y exactitud en la puesta en escena y el montaje, pero también de cierta creatividad y sofisticación. Y de todo ello carece Hablemos de Amor, que se conforma con ser una simple reproducción teatral mecánica.
Hay un detalle que llama la atención. Ya desde el comienzo vemos un pez al que la cámara le presta una particular atención (incluso la voz en off del comienzo pareciera pertenecer al animal, algo que sobre el final será retomado). A lo largo de la película el pez y la pecera en la que habita seguirán siendo cada tanto una referencia de las acciones. Podría haber en esto algún tipo idea, algo que eleve el relato más allá de todo lo obvio que estamos viendo. La pecera en sí puede ser una fuente simbólica interesante –hay en la historia del cine unas cuantas peceras memorables- pero en esta ocasión está totalmente desaprovechada. En los últimos minutos ese objeto se ve reducido también a la chatura y obviedad generales. Porque como decíamos antes, Hablamos de Amor es un película muy coherente.