Imágenes de nuestro mundo
El Cinéfilo Bar presentará hoy en su ciclo de estrenos argentinos un filme de sorprendente actualidad para los cordobeses: Hacerme Feriante, ópera prima de Julián D’Angiolillo, es un documental de estética observacional que se mete en los entresijos más profundos de ese universo tan particular que es La Salada (y que se encuentra a punto de llegar a nuestra ciudad). Al modo de grandes documentalistas como Frederick Wiseman, lo que se propone aquí D’Angiolillo es revisar el funcionamiento integral de una institución, en este caso ilegal y bastante demonizada, lo que podría haber dificultado la empresa: lejos de ello, D’Angiolillo parece haber logrado un acceso privilegiado a este mundo, y si bien no puede llegar a registrar todos los rincones del fenómeno, sí consigue componer un fresco bastante elocuente y revelador sobre la feria de ropa y artículos “truchos” más grande de la Argentina (de las mayores de Latinoamérica).
El modo observacional quizás sea la forma documental más cinematográfica por excelencia, porque se trata siempre de una apuesta radical por la imagen, pues intenta capturar la realidad sin ningún tipo de intervención externa a la cámara (como si fuera una “mosca en la pared”). D’Angiolillo es coherente con su elección y jamás cede a la tentación de los modos periodísticos: Hacerme Feriante es un recorrido por el presente y el pasado de la feria sin ninguna explicación en off, sin entrevistas ni otra intervención del director. Cuando necesita explicitar algo, D’Angiolillo recurre a la tecnología: como si fuera su propia investigación, muestra en la pantalla de su computadora las denuncias periodísticas sobre las irregularidades de la feria, aunque las contrastará con algún testimonio de la red de redes. Claro que a continuación se meterá de lleno en este universo, sin emitir juicios ni arriesgar hipótesis, dejando esa tarea al espectador, pues a lo sumo ofrecerá un método comparativo a través del montaje. Veremos así el pasado ilustre del predio donde está instalada la feria como un gran balneario popular, con fotos de suficiente elocuencia como para testimoniar una época política e histórica (la iniciada por el primer peronismo); que podremos contrastar con el presente, que D’Angiolillo registra en su máxima amplitud: no sólo recorriendo los pasillos laberínticos de la feria, sino también (y antes) los talleres de confección de ropa, las cuevas de copia y producción de películas truchas, las asambleas de los integrantes de la feria, sus negociaciones con los representantes del Estado, etcétera. Lo hará, a veces, como si verdaderamente la cámara fuera un insecto (con planos heterodoxos sobre un carrito por ejemplo), aunque lo importante es que podremos vislumbrar un gran sistema vivo, de espíritu cooperativista y social, muy alejado de aquella imagen que nos transmitieron los medios.
Un filme bien de su tiempo es Flores del mal, del joven director húngaro David Dusa, que hoy se estrenará el Cineclub Municipal Hugo del Carril (ver Agenda). Naturalmente político y filosóficamente pop, el filme de Dusa es un retrato inigualable de la juventud moderna, que acaso esté llamado a despertar cierto furor entre los espectadores de esa edad (como ya lo hiciera hace unos días Los amores imaginarios, de Javier Dolan, también en el cineclub). Su eje narrativo es un amor juvenil entre un joven parisino, que trabaja de botones en un hotel y es un experto bailarín de hip-hop, y una estudiante iraní que se encuentra de viaje en la capital francesa, aunque en su país se ha desatado una violenta revuelta estudiantil que será reprimida con furia por las fuerzas del orden. La pareja recorrerá todos los estadios del romance, que se complicará por el conflicto que genera en la protagonista la situación que viven sus compañeros de la universidad: lo interesante, empero, no es tanto el derrotero amoroso sino el modo en que Dusa integra los diversos lenguajes audiovisuales en su relato, testimoniando el carácter multimedial de la juventud contemporánea. Rachid y Anahita conciben a la tecnología como una segunda naturaleza, y su forma de acercarse al mundo es a través de una pantalla (ya sea el Ipod, el celular o la computadora, que usan no sólo para enterarse de lo que sucede en Irán). Se intuye que también para el director es así: Dusa apela a todos los formatos audiovisuales sin pruritos éticos ni estándares cinéfilos, con un espíritu libertario pero por momentos irreflexivo, pues detrás puede latir una idea problemática, que todas las imágenes son iguales. De allí que el trazo grueso y el golpe de efecto aparezcan de tanto en tanto (sobre todo en las imágenes de la represión en Irán) y se integren sin ruido al relato, que además busca bajar línea a través del montaje. La estética de videoclip, que atraviesa todo el filme, entra dentro de esta misma visión: es la forma que tienen estos jóvenes tanto para construir una identidad como para pensar su tiempo histórico.
Por Martín Iparraguirre