Hachazos

Crítica de Claudio D. Minghetti - La Nación

Andrés Di Tella recupera la figura y la obra de Claudio Caldini

"Hoy adivino qué me pasa/por qué mi nombre no soy yo/por qué no tengo una casa/por qué estoy sólo y no soy./Porque hoy nací, hoy nací", dice el tema de Javier Martínez de tiempos de Manal, que se escucha en dos momentos clave de este documental de Andrés Di Tella que, como sus anteriores propuestas, supera el género. A cuatro décadas, parece escrito para Claudio Caldini, cineasta de vanguardia que con un grupo de amigos de entonces, entre ellos Omar Chabán, Narcisa Hirsch y Silvestre Byron, jugaron como Man Ray en la década del 20 a la experimentación, en tiempos en que el mundo, y en especial la Argentina, estaba por pegar un giro irremediablemente trágico que primero fue cultural y finalmente político. Caldini, con una cámara súper 8, intentó romper con un cine que a pesar de las viejas vanguardias seguía aferrado a estructuras previsibles. Caldini sorprendió. Su puñado de trabajos más o menos cortos podrían, si ahora él decidiera mostrarlos nuevamente, sacudir por amor o por espanto, igual que lo hicieron en su tiempo.

Caldini tuvo un curioso derrotero. En aquellos tiempos violentos, y cuando un cineasta amigo fue una de las víctimas de la dictadura militar, lejos de cualquier postura contestataria, marchó al exilio con rumbo a la India ("Me sentía extranjero en mi propio país", reconoce) y tras un largo período en el que llegó a las convulsiones y al delirio, regresó con los bolsillos vacíos y sin contención alguna para convertirse en el casero de una finca en General Rodríguez y ofrecer talleres de creación a grupos de jóvenes. Con sus películas a cuestas, y un archivo donde guarda recortes de revistas, fotos y recuerdos, Caldini recorre el pasado guiado por Di Tella, que encuentra el lenguaje exacto para describir al cineasta experimental, al personaje y su curioso mundo como congelado en el tiempo. Magia, misterio, extrañeza y soledad se mezclan en esta reconstrucción episódica de un personaje con tantos enigmas como certezas.

Para Caldini todo pasado es sueño, y como tal, por más real que haya sido vivido, uno puede olvidarlo con extrema facilidad. Para él ".cuando mejor filmo es cuando no pienso". Y volvió a hacerlo en esta oportunidad para tres proyectores sincronizados. Di Tella apenas deja entrever algunas pocas imágenes de las que Caldini atesora. Las protege igual que su entrevistado, en una serie de encuentros que parecen sesiones de análisis sin diván más que fragmentos de un documental. Di Tella intenta ponerse del lado de su interlocutor y hasta imita su inimitable forma de mostrar el mundo. El resultado es perturbador y despierta la necesidad de conocer la obra del personaje que el mismo Di Tella, además, intenta analizar en un libro que complementa al film.

Caldini gira, como su cámara. La ata a una cuerda y mientras filma la revolea. "El verdadero Caldini no está", asegura Di Tella. El verdadero Caldini es aquel que quedó en el tiempo, en esa memoria difusa y traidora. "Vivir como se filma, filmar como se vive", concluye Di Tella. Eso es lo que muestra y dice, incluso con la pantalla a oscuras, con el rostro de Caldini apenas visible, o en silencio, y no es poco.