Hachazos

Crítica de Julián Tonelli - A Sala Llena

Una vida en 8 mm.

“Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el conurbano bonaerense. Son los originales únicos de sus películas, todas en super-8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto”. Con estas palabras de Andrés Di Tella comienza Hachazos. Acto seguido nos narra el primer contacto que tuvo con el personaje en cuestión: una vieja performance en donde Marta Minujín se enterraba viva. Corría el año 1976.

El título se refiere a práctica usual entre los distribuidores de antaño, que destruían las películas con un hacha cuando sus permisos expiraban para luego reciclar el acetato. Múltiple y Mutante es el nombre del proyecto que Caldini desarrolló junto a Di Tella, que dirigió este documental. Super 8 y 35 mm son los formatos con los que trabaja el viejo artesano antes perdido, hoy encontrado. Su obra es una instalación de museo única, concreta e irrepetible, ajena al desvanecimiento del soporte que implican las nuevas tecnologías digitales. La precede una herencia familiar de recuerdos filmados que se estanca en 1979, el año en que Caldini decidió escapar a la India.

El hombre tenía la habilidad de manipular varios proyectores a la vez, cortando y pegando cintas en el transcurso de la proyección. La cámara era un juguete al que se podía atar a una soga y hacer girar incansablemente. El celuloide era una superficie a la que se podía pintar, manosear, rayar y agujerear. Como resultado, el extrañamiento de la naturaleza más íntima: un amanecer invertido cuyo sol se hunde en la oscuridad, unas sombras extrañas por medio de las cuales una postal cotidiana se torna siniestra. Imágenes ilustrativas de una profusión de cuerpos y objetos reales e imaginarios, merced a unos métodos y unas herramientas hoy extintos.

El relato nos retrotrae a la infancia y la adolescencia del protagonista. Para quienes no vivimos esa época nos resulta imposible no asociar el registro filmado de la juventud de los 70 con el horror que sobrevino después. Pelo largo, sonrisas fugaces, caras frescas y ansiosas bajo el sol de verano, y la certidumbre a posteriori de que en poco tiempo nada volvió a ser igual. De esos recuerdos en colores desgastados al presente de Caldini hay un largo trecho. En el momento más terrible de la dictadura se exilió en la India, fue encerrado en un manicomio por sus ataques alucinatorios, regresó a Buenos Aires y vivió en la calle. Hace algunos años consiguió trabajo como cuidador en una quinta del conurbano, donde logró conseguir algo de la paz que necesitaba. Allí, Caldini vive solo junto a su colección de recuerdos, ese equipaje que, al fin y al cabo, es su vida. Hachazos no se propone redescubrir a un genio ni mucho menos, sino tan sólo narrar una historia transformando en contenido la materia de la que, hace ya mucho tiempo, estaban hechos los sueños.