Dream Police.
Hada por accidente no se cansa de recordarnos la importancia de soñar y aspirar a lo imposible. Tanto el hada jefa Lily (que encarna una encogida Julie Andrews), el inventor Jerry (Billy Crystal) o el asistente Tracy (interpretado por el gran Stephen Merchant; véanlo en Extras, serie de la cual también es guionista) se pasan la película discurseando acerca de las bondades de la imaginación y de cómo la humanidad ya no cree en lo fantástico. Pero lo cierto es que Hada… tampoco hace mucho por cambiar ese estado de cosas que dice criticar: el reino de la hadas de los dientes (nada de Ratón Pérez, en Estados Unidos la que te lleva el diente y deja un billetín es un hada) se parece bastante a una oficina de correo sobredecorada en la que se realizan trabajos por demás terráqueos, donde las hadas empleados se mueven agitadamente de un lado para otro con papeles. Hay ventanillas de madera como las de los bancos viejos, una escala jerárquica, una división del trabajo precisa y discriminatoria (los administrativos, por ejemplo, nunca pueden llegar a conseguir las alas de hada) y un tablero con horarios de despacho como los de un aeropuerto. El único lugar que pareciera conservar un leve aire de magia es la biblioteca en la que trabaja Jerry: el resto puede verse en cualquier oficina medio pelo de nuestra ciudad. ¿Cómo creerle a una película que predica sobre las bondades de los sueños, la infancia y la imaginación, cuando su mundo fantástico es apenas una reflejo desganado de lo más aburrido que tiene para ofrecer el nuestro? Para colmo, el reino de las hadas tiene la maldita costumbre de andar vigilando a los que dicen no creer en esas cosas, y cuando los cachan, los obligan a trabajar de hadas durante un tiempo. O sea, además de burocrático, gris y poco imaginativo, el mundo de las hadas también cumple la función de policía moral, que secuestra e impone trabajos forzados cuando alguien profesa un credo diferente al de ellos. Es lo que le pasa a Derek Thompson (Dwayne Johnson), una víctima de la persecución del otro mundo, cuando casi le dice a la hijita de su novia que las hadas no existen. El guión (escrito a ¡diez manos!) cuenta la historia de la resistencia de Derek a las misiones que le asignan Lily y Tracy, y de cómo entre amenazas de trabajo eterno lo van ablandando hasta quebrarlo y hacerlo uno de los suyos. No deja de ser un poco perturbador, pero los mejores momentos de la película son aquellos en los que se entrena/tortura a Derek, como cuando le arrojan pelotitas de tenis o Jerry le tira en la cara un polvo amnésico muchas veces repitiéndole siempre la misma pregunta. La crueldad de estas escenas resulta muy cómica a la vez que tensa los límites éticos de la película: la violencia institucional, planificada y calibrada que exhibe el mundo de las hadas dispara conexiones en muchas direcciones diferentes que no vale la pena clarificar ahora pero que pueden adivinarse con facilidad solamente leyendo estas líneas. Nos reímos porque los suplicios los padece el enorme e indestructible Dwayne Johnson y porque las hadas visten calzas, alas y usan varitas mágicas, pero un leve cambio en el vesturario o la víctima de turno sería sufiente para desdibujar todas las sonrisas de la sala. Por eso, una vez más, el título local es terriblemente inexacto: no hay accidente en la película de Michael Lembeck, “Hada por castigo” o “por persecución” habría sido mucho más pertinente.