La sangre brota
Violenta y disparatada secuela de la saga, dirigida por Rob Zombie.
Sólo basta entrar a los foros de fanáticos de la saga para notar su furia con ésta, la segunda parte de esta nueva vida de Halloween. No le perdonan a Rob Zombie, su director, no respetar ciertos códigos, historias de personajes y "mitología" de la saga, y han declarado que el producto es un desperdicio total. Y no lo es...
Para este crítico, que no es tan fiel a la saga más allá de la original de John Carpenter, las "libertades" no son un problema. Al contrario, refrescan una historia que parece repetirse hasta el hartazgo, con Michael Myers, el asesino enmascarado, destrozando criaturas sin poder ser liquidado.
En realidad, la premisa no ha cambiado mucho. Para quienes los nombres del Dr. Loomis o de Laurie Strode no signifiquen demasiado, no verán muchos cambios: ahora Myers asesina con mejor sonido, el gore ha suplantado del todo a la sugestión y el medio en el que se mueve es más "clase obrera" que en otras películas. Pero el mecanismo sigue siendo similar.
Lo que sucede es que Zombie agrega secuencias oníricas (no del todo logradas, con caballo blanco y todo), una más efectiva parodia sobre "el asesino como celebridad" (con Malcolm McDowell convirtiendo a Loomis en un payaso inaguantable que escribe un libro sobre su ex paciente) y un tono ramplón y "grasa" (bares nudistas, bandas de rockabilly, camioneros bigotudos y un aire ochentoso) que le agregan una cuota de entretenimiento que va casi en paralelo al recorrido de la máquina de matar.
Myers sigue al acecho de su hermana, los traumas de ambos se apilan junto a los cadáveres y da la impresión de que Zombie se tomó el asunto de manera relajada y se despreocupó por la coherencia.
Y más allá del grave error de no usar la célebre música creada por Carpenter (¿celos de músico, tal vez?), Rob ha hecho de Halloween una especie de berreta y cruenta payasada como para ver en un autocine, tomando cerveza y aullándole a la luna. Una película que le encantaría a Homero Simpson.