Halloween 2

Crítica de Ezequiel Villarino - Cinemarama

White Horse. Volvió Halloween de Rob Zombie: secuela que cumple durante los primeros minutos pero que decae estrepitosamente llegado el desenlace, el último film del otrora cantante del grupo White Zombie y portador de una figura que goza de cierto estatuto de autor dentro del cine de terror (título que actualmente puede ser adjudicado a cualquiera que más o menos reitere con coherencia una visión de mundo específica) supera a su predecesora en cuanto a escenas de shock se refiere, pero sin abandonar (nunca) el psicologismo y algún que otro pasaje de estética videoclipera que tanto afectaban a la primera parte. A saber: si en la remake Michael Myers devino fuerza asesina imparable todo se debió a la desgracia de haber sido criado por una familia bastante pavorosa. Como si esos conflictos psicológicos ya planteados no alcanzaran para provocar el espanto dentro de este slasher film, Zombie suma al regreso del hombre de la máscara de rostro pálido un condimento naturalista del posible mal que aqueja a aquel hijo imaginado originariamente por John Carpenter en 1978 mezlcado con instancias oníricas que parecen querer cubrirse de importancia con su simbolismo y que con el correr de los minutos se tornan vergonzosas: se recomienda tener en cuenta el significado del caballo blanco propuesto por el director apenas iniciado el film, para así intentar hacer de esta experiencia intrascendente un ejercicio mucho más lúdico y llevadero (una vez terminada la película, nada mejor que resignificar constantemente ciertas imágenes cuando no haya nada que valga la pena recordar).

Es que en Halloween II la maldad no se dispara únicamente desde los problemas de crianza, sino que se potencia por el orden natural impuesto a partir de la descendencia, de la sangre, del parentesco: la madre fallecida, espíritu de venganza, es el nexo entre los protagonistas, y su imagen que destella pureza un mero espejismo. Así, a los prolongados discursos entre personajes que debatían el posible origen del mal en Michael y que eran un lastre en la primera parte de la historia recreada por el director (ahora ciertas escenas con el parlanchín y psicólogo estrella interpretado por Malcolm McDowell rozan lo tragicómico), se le suma el agregado de una especie de furia compartida entre el asesino serial y su hermana: Michael y Laurie conllevan una existencia brutal, y mientras el primero comienza a retornar en una prolongada caminata al mejor estilo Kwai Chang Caine, aunque masacrando gente horrenda a diestra y siniestra (es notable la impronta nauseabunda que acarrean los personajes con los que se cruza Myers, todos susceptibles, según la mirada de Zombie, de ser ajusticiados de la peor manera), la segunda se debate entre numerosas rabietas que escapan a la efectividad de los medicamentos y los deseos cada vez más enérgicos por cometer asesinatos: los lazos de sangre son sumamente efectivos, como el destino de la muchacha dejará en claro.
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Para presenciar esa suerte definitiva de la hermana menor del en esta versión no tan etéreo Michael (¿dónde habrán quedado esas maravillosas tomas subjetivas finales del Halloween original que hacían de la cámara flotante el lugar predilecto para que el espíritu de Myers se refugie?), el director Rob Zombie hace que el espectador sea conducido a través de un relato que se convierte en un pastiche poco digerible. A las escenas de tensión que se resuelven con nervio mediante el gore expuesto en primeros planos, y siendo impulsado a través de la brutalidad del cuerpo del gigante en acción, Zombie elige la provocación del shock de imágenes realistas que parecen extraídas del canal Discovery Health (vean, por ejemplo, la escena en la que Laurie está siendo operada) o momentos que se resuelven a través del montaje paralelo sin otro objetivo más que el de generar desagrado (cena familiar en donde el plato principal son las salchichas homologada con el banquete de índole primitivo que se da Michael con un perro). Este último caso sirve también para establecer el sentido de la conexión entre hermanos, aunque después de presenciar el acto perpetrado por el serial de turno poco interesa que Laurie vomite en el inodoro.
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Y si de inodoros hablamos, por allí se despide la película: con imágenes que se zambullen en los tiempos de la cámara lenta para ilustrar el dolor, con música extradiegética que parece haber sido concebida para otro tipo de historia, con una balacera que repite el abatimiento glorioso de la figura del mal (vean el destino del trío en The Devil´s Rejects: toda una obsesión autoral, evidentemente) y con una escena de cierre que implica volver a las palabras escritas en el inicio del film: Zombie busca el punto de vista de Laurie y muestra al caballo blanco y a la madre. En una especie de acto de autoconciencia irrefrenable se escucha una voz femenina cantar Love Hurts. Sí, no hay duda: Halloween II es una experiencia dolorosa en más de un sentido.