Como si no bastara con haber reinventado la mitología de Michael Myers en la remake de Halloween hace un par de años, Rob Zombie ahora reelabora su propio trabajo y ofrece una secuela que puede que tome por sorpresa a más de un despistado… En el mundo rancio y amargo en el que Zombie teje las historias –totalmente subvertidas- de Laurie Strode, Sam Loomis y Michael Myers, hasta el mismo asesino de la máscara tiene su espacio dramático y podría ser considerada la mayor víctima de la historia. Mientras John Carpenter veía en Michael la representación del Mal absoluto, Zombie hace una pausa y muestra, en cambio, a un ser humano producto de un mal específico, afín a cualquiera, que rodeó a Myers desde su infancia y deja entrever una historia donde hasta el momento todo lo que se tenía en el prontuario de la saga eran anécdotas. Y esta carnadura emocional que subyace a lo largo de Halloween II, convierte al trabajo de Zombie en mucho más que un vehículo para el deleite morbo de los amantes del slasher. Y aunque el filme no repare mucho a la hora de prorratear brutalidad, gore y caos en la pantalla, hay mucho más de fondo, incluso ideas e instancias de extraña belleza surrealista que son todo un hallazgo en esta propuesta en particular. Halloween II se palpa áspera, se respira hedionda y se sufre con dolor como ninguna película de terror de la actualidad; y a la vez, se siente emotiva: el momento que Laurie toca la cara –careta- de Michael y le dice -Te quiero, hermano…- es de una anómala tristeza.