Poco ruido y muchas nueces El Infiltrado quizás no sea la película por la que se vaya a recordar a Dwayne “The Rock” Johnson por el resto de sus tiempos como actor, ni es necesariamente una película que pueda hacer uso de su cultural figura y status. Pero curiosamente es uno de los trabajos más sólidos tal vez de toda su carrera. No se trata estrictamente de un film de acción -aunque la tiene- o de género puro a los que The Rock (que ahora insiste, y no en vano, en llamarse Dwayne Johnson) nos tiene acostumbrados, ni tampoco se muestra él tan resuelto ni invulnerable en su rol; todo lo contrario. Se trata de un testimonial que cuenta la historia de padre divorciado, a la vez empresario (trabaja en construcción y transporte) que se propuso como informante de la DEA para salvar a su hijo, acusado injustamente de posesión y tráfico de drogas, de una condena segura y no menor a 10 años de prisión. Este padre, de golpe superado por las circunstancias y sin más opción que exponerse al peligro del mundo de los narcos, se vio en riesgo de muerte junto a su familia y es su historia real la que cuenta esta película, sin ánimos de hacer género ramplón ni tratar de vender pirotecnia barata tras la maldita frase “basada en hechos verídicos”. A excepción de un último acto (cuándo no?) que trivializa un poco la cuestión, El Infiltrado sorprende por su sobriedad y buena administración de recursos. La historia suena conocida; es simple y no menos clásica, pero su narración acompaña y no defrauda. Viendo El Infiltrado reconforta el grado de prolijidad y control que hay sobre los hechos que acontecen en pantalla, con un relato que aporta las dosis justas de drama y policial sin caer en lugares comunes burdos (aunque algunas convenciones habrá, claro) ni en tonos o registros inverosímiles; por el contrario, hasta resulta extraño ver a Dwayne molido a palos como cualquier cristiano a manos de un grupo de vendedores de droga en una esquina, o verlo vencido por situaciones que normalmente The Rock resolvería a puño limpio o a los bazookazos. Además, Johnson vuelve a mostrar su carisma y –aunque limitados- dotes como actor dramático, y prueba que puede trascender arquetipos como los del G.I Joe anabólico repetido hasta el hartazgo, por mejor que esto último le salga, desde luego. Del resto del reparto se destacan Susan Sarandon como la fiscal que maneja el caso, perfecta en su numerito de burócrata, y Barry Pepper, actor extraordinario y normalmente subvalorado que encarna al clásico agente eternamente de incógnito que ya ni recuerda su nombre real. Todos funcionan a la perfección y le ponen convicción a una historia que, protagonizada y dirigida con menos entusiasmo, bien podría haber pasado directo a DVD o acabar como digna de un Domingo por cable. Se nota la diferencia y no poco; El Infiltrado tiene banca y definitivamente se merecía un lugarcito en el cartel (cinematográfico, no de la droga…).
Masacre, venga y vea Podríamos empezar destacando la obviedad de que no hacía falta otra Masacre de Texas, y menos en 3 dimensiones; pero no tiene sentido patalear por lo que no tiene remedio. En efecto, tenemos entre nosotros una nueva masacre; que para muchos podrá no tener precisamente nada de “novedosa”, pero yo creo que a pesar de sus limitaciones (las de siempre) hay algunos sutiles aportes al legado de Leatherface en esta nueva entrada. Acá está el detalle que más importa: Masacre en Texas 3D es la primera, dentro de la fórmula conocida, en intentar desarrollar una –mínima- historia que justifique lo que se ve, y que involucre no sólo a Leatherface, los familiares de siempre y a sus víctimas (que suelen ser un grupo uniforme a reducir matemáticamente, sin la más mínima carnadura ni desarrollo). Esta vez la cosa también involucra a todo el pueblo en cuestión; lugar con un pasado lleno de secretos, personajes inciertos y elementos que van más allá del sinsentido habitual con el que, generalmente, se comenzaban a apilar cadáveres por mero placer. Aunque quizás la película no logre todo lo que se propone, al menos hay “algo” más para aportar a una causa perdida, envejecida por los años y sobre la que se creía que ya no se iba a ver nada fresco. Bueno, esta nueva Masacre texana, a su limitada manera, lo es… Lo curioso es que esta nueva entrada en la franquicia se propone como una secuela directa del clásico de los 70s de Tobe Hooper; haciendo caso omiso de que aquella película tuvo tres secuelas que corrieron a lo largo de los 80 y 90s. Y desde luego que reniega y se desentiende de la remake de 2003 y su infame precuela de 2006 (conocida como El inicio). Dato loco si pensamos que de alguna manera lo más lógico hubiese sido hacer encajar a este nuevo episodio dentro del reboot de la última década. Pues no, Masacre en Texas 3D comienza usando como material de archivo fragmentos del final del clásico del 74, para ponernos inmediatamente a momentos del final de aquella película y continuando la historia en ese mismo amanecer en el que la única sobreviviente era levantada (salvada) en la ruta por una camioneta, dejando al querido Leatherface agitando su motosierra al aire, impotente y lleno de furia; acto seguido (y aquí es donde entra la recreación de aquellas instancias del clásico original), una horda de “rednecks” oriundos de la querida Texas se aproxima a la casa del loco de la motosierra; todos ellos dispuestos a terminar con el reinado de terror de la familia Sawyer. En esa instancia, se hace explícito el conocimiento del pueblo sobre las prácticas macabras de la familia, y en especial sobre el albergue de Junior, ese monstruo retrasado, maníaco y asesino que descuartizaba por doquier y luego coqueteaba con máscaras confeccionadas con la piel de sus víctimas (la cara, para ser más precisos). La gente del pueblo tenía que terminar con esa familia; motivo por el cual deciden incinerar esta casa de locos, con todos sus ocupantes adentro, aniquilando sistemáticamente el mal que allí habitaba (o al menos eso creían). Pero no todo será tan fácil ni absoluto, y unas décadas después, momento en que Masacre en Texas 3D retome la acción luego de una generosa -y algo confusa- elipsis, se verán los resultados y descubrirán los sobrevivientes de aquella noche de genocidio y terror. No cuento mucho más porque les arruinaría… lo poco que haya para ver… Por más que la película no logre guardar sus mejores cartas demasiado tiempo en el juego, la trama de despacha algunas sorpresas y afirma a esta secuela tardía de La Masacre de Texas como un intento de ir un poquito más allá…; y si bien ese “más allá” no es lo suficientemente lejos como para salvar a un producto mediocre (lo es, lamentablemente), al menos se ven buenas intenciones y cierta confianza en darle al género un crédito inusual. Después del clásico atemporal de Tobe Hooper, esta es lejos la mejor del grupo.
Menos es más No demos vueltas. Rápidos y Furiosos 6 no está a la altura de las expectativas y está unos cuántos escalones por debajo de 5in Control. Todos sabemos que la saga renació a partir de la cuarta película (con la cual esta nueva no sé dónde/cómo se compara, todavía no decido), y para la aparición de Fast Five (la 5ta, la mejor, y desde ahora FF) ya estábamos hablando en un idioma tuerca completamente diferente. Y sí, esta sexta entrega de la franquicia iniciada en el 2001 trató de superar, sin lograrlo, a aquella quinta en todos los aspectos imaginables: espectacularidad y volumen de acción, toques (ahora grandes segmentos) de humor, vueltas argumentales, cantidad de personajes y la elaboración de sus relaciones; pero como se dice generalmente, menos es más… o el que mucho abarca poco aprieta (sí Iron Man, te estamos hablando a vos…); todos los elementos estaban ahí, y las intenciones de autosuperación (dentro de la saga misma) no podrían vislumbrarse más claras; pero hay aciertos, como el nivel de excelencia que mostró FF, que lamentablemente se dan una única vez. Pero cabe destacar, para lo que valga, que RF6 (abreviando que hace falta) realmente se busca en esa misma escala de acción épica que su director Justin Lin ofreciera en el capítulo anterior, dando inicio en aquel entonces a una nueva era para la franquicia y elevándola a otra categoría de acción que difícilmente lograría superarse en secuelas posteriores; RF6 no se apichona y va por más, y eso no es necesariamente malo, siempre y cuando se mantenga un cierto nivel. Y este era un temor compartido por todos los fans a partir de ese momento: ¿cómo iban a hacer para superar lo que acabábamos de ver en FF? La respuesta es simple: a veces una fórmula tan precisa, esa conjunción tan armoniosa de elementos plásticos, no se puede repetir; a veces ciertos logros se dan más por felices accidentes que otra cosa (o alineación cósmica, o como quiera llamárselo), y Justin Lin con esta RF6 prueba que no aprendió tanto ni es tan resuelto como se creía en la materia. La saga alcanzó tu techo hace dos años y difícilmente lo pueda superar; hay que aceptarlo. Muchos de los problemas de esta nueva entrega están concentrados en un despliegue de acción demasiado caótico (por excesivo), con una cámara que nunca alcanza abarcarlo todo, y las coreografías claramente exceden la pericia de Lin a la hora de organizar y mostrarnos lo que acontece en pantalla (en especial en la secuencia final con el Jumbo, donde la saga recupera –para mal- aquellos viejos vicios digitales de las primeras entregas). Los problemas de dirección están ahí, a la vista de todos, a pesar de que el ritmo general de la propuesta y el vértigo de las escenas lleven a tomarse todo con una ligereza que, sí, dejan a la película correr (va a los pedos y en un no-tan-buen sentido) y deje a uno quizás disfrutarla de a ratos; pero el conjunto falla, se lo siente forzado, desorganizado. Y la confianza que la película pareciera ganar por momentos, se pierde con alguna otra nueva escena donde los personajes dicen pavadas que no ayudan a la progresión dramática (mamita, qué diálogos!), o algún nuevo segmento acrobático donde el Lin de FF parece, simplemente, ausente. El guión, por su parte, es otro gran caos; uno que poco podría importar si la acción tuviera otro grado de precisión; pero como no es el caso… Y si a esto le sumamos que los actores están todos –considerablemente- más acartonados que lo habitual, tenemos un problemón entre manos. Resumiendo: uno, como espectador, no tiene realmente a qué aferrarse; hay problemas –de distintos tamaños pero al fin- en todos los horizontes. La historia es un poco la de siempre, con la excepción de que esta vez el grupo liderado por Dom Toretto (Diesel) juega del lado de la policía (en co-equipo con el agente Hobbs que encarna nuevamente The Rock), tratando de interceptar y capturar a un terrorista –y secuaces- con prontuario militar y experto en las pistas. Lo demás: Letty (Michelle Rodríguez) está viva, reclutada por el malo y con amnesia (increíblemente patético cómo está jugada esta carta), lo que abre a un doble objetivo de captura del villano y “rescate” del amor perdido de Dom; Brian y Mia (Paul Walker y Jordana Brewster) ya son papás; y “el equipo Toretto” (que no vamos a nombrar a uno por uno porque la noche aprieta y ya nos conocemos todos) con esta misión ultra-no-se-qué podría llegar a quedar indultado de su pasado criminal. No mucho más… el resto es Crash-Boom-Bang, con un nivel cuestionable de… prácticamente todo. Con ritmo sostenido, sí, pero la saga tristemente ha vuelto a su irregularidad de antaño. En fin, a riesgo de sonar redundante, creo que lo ideal es no engañarse y afrontar lo evidente: lo mejor de Rápido y Furioso ya se vio. El que esté dispuesto a conformarse con “menos de lo mismo”, que pase, vea y coma sus nachos –con queso- tranquilo.
Anexo de crítica: Esta cuarta entrega de la franquicia tiene mucho brío y tanta más energía que el promedio de películas del género actual; sólo que Brad Bird, aún bienintencionado, no da la talla para continuar lo que fuera aquella maravilla orquestada por J.J. Abrams de manera tan perfecta y precisa cinco años atrás. Hay mucho, MUCHO movimiento de personajes que van y vienen, saltan, se cuelgan y boxean hasta la muerte, y las secuencias de acción (que parecen una única y gran pieza) se suceden sin descanso; y puede que esté aquí uno de los grandes problemas de la película: demasiado apuro y frenesí para mantener la cosa fluida y muy poca planificación; todo suena a descuido y a superposición de instancias sin ton ni son (la –supuesta gran- escena del edificio no tiene mucho sentido dramático y hasta acusa serios problemas de continuidad narrativa). El guión es bastante torpe y no muy inspirado que digamos; todo pasa tan rápido que resulta difícil procesar la información que se nos brinda, y esto incluye lograr desarrollar alguna clase de empatía por los personajes en cuestión. En el anterior episodio de la saga Ethan Hunt nos importaba mucho más de lo que uno hubiera podido imaginarse, y desde aquel fallido y trágico rescate de su compañera (Keri Russell) en el comienzo, hasta la carrera contra el tiempo para salvar a su esposa (Michelle Monaghan) hacia el final, uno podía correr (y si algo sabe hacer Tom es correr…) a la par del protagonista con preocupación y sorprenderse escena por medio. Protocolo fantasma no tiene una sola escena de acción que supere en calidad la secuencia de Keri Russell o la del ataque en el puente de M:I-3, y eso que tiene cuantitativamente más momentos de acción física y más metraje en general. Como se dice, mucho ruido y…?- Juan Blanco (6 puntos)
La Bestia herida El Hombre Lobo es probablemente la criatura de ficción más apasionante de la que se tenga registro en la historia de la literatura y el cine. Es brutal y romántico a la vez, trágico en su concepción y aún así de presencia fascinante, implacable. El hombre que es mordido y consecuentemente condenado a convertirse en un monstruo a la luz de la luna, sin poder controlarlo o variarlo de manera alguna; un ser maldito, marginal y asesino cuya filosofía será matar o morir hasta el fin de sus días. En el cine, desde 1935 los licántropos vienen abriéndose camino a los zarpazos y con los registros más variados. Pero fue aquella película de 1941 escrita por Curt Siodmak y dirigida por George Waggner, esa con Lon Chaney Jr. como lobizón, la que marcó la diferencia y vio realmente nacer a La Criatura que influenciaría a las generaciones futuras. Este clásico es a la fecha revisitado de ocasión como fenómeno de culto, como parte del “legado monstruoso” de la Universal; pero en El Hombre Lobo, al igual que en la Drácula de Tod Browning (no tanto en el concepto de Frankenstein), se podía percibir ese aroma de Épica romántica (después de todo The Wolf Man es algo así como la versión sin azúcar de La Bella y la Bestia) que haría trascender al film el mero utilitarismo de su género de base: el terror. Esta noción de Épica, con los años y el empleo sistemático del licántropo como elemento plástico para el cine de género, se perdió y cedió su lugar a otra cosa mucho menos memorable. Lo que lograra recuperar Francis Ford Coppola para Drácula en 1992 luego de que la cinematografía mundial pervirtiera a los vampiros a gusto (y en menor medida concretara Kenneth Branagh para su monstruo en la Frankenstein de 1994), se intentaría ahora con El Hombre Lobo, recreando el clásico del 41 a manos de Joe Johnston, el genial artesano que tiene Jumanji, Rocketeer, Cielo de Octubre y Jurassic Park III entre otras virtuosidades pasadas. Y eso no era todo: el reparto contaría con Benicio Del Toro calzándose el pelaje de la bestia y el traje de Lawrence Talbot, Anthony Hopkins haría lo propio con Sir John Talbot, padre de Larry, y en el departamento técnico hasta el magnífico Rick Baker (visionario de efectos de maquillaje y padre de Hombre lobo americano y Aullidos, entre tantos logros –el video musical Thriller de Michael Jackson es otro-) volvería a sus andanzas a la luz de la luna. Todo estaba en su lugar, El Hombre Lobo habría de recuperar su estatus de Épica… Pero Hollywood, como se sabe, puede y suele ser muy bastardo; y en el revival de este clásico olvidado no fue la excepción. El Hombre Lobo, la presente remake, correría algo así como la maldición de la bestia y pasaría a ser un proyecto malparido como pocos, arrojando -tras una ardua, estúpida y larga lucha burocrática en el marco del estudio- un saldo tibiamente positivo, un recupero parcial de esta Épica romántica evidentemente buscada, y acabando como un producto más probablemente apto para fanáticos todoterreno de la licantropía que para espectadores esperando alguna clase de revelación cinematográfica. Francamente, duele reconocer el hecho de que en las condiciones que la flamante nueva versión de El Hombre Lobo fue gestada, el producto final jamás podría haber sido perfecto. Se supo que hubieron varios guionistas tomándose la posta entre sí, que a Joe Johnston (quien fuera designado como el director al fin y al cabo de varias vueltas) le “sugirieron” recortar la introducción a fines de apurar la primera transformación del lobo, que a Danny Elfman le rechazaron su banda de sonido para después volvérsela a encargar una vez que metiera la pata su supuesto sucesor, y la lista sigue… y sigue. Y así fue como esta remake vio postergado su estreno comercial dos veces, dilatándose más de un año la fecha original propuesta por la Universal a fines de 2008. Entre retomas solicitadas en plena post-producción (la cosa no cuajaba), re-montajes hechos a criterio de ¿quién sabe…? y sabrá quién con qué criterio, El Hombre Lobo durmió la siesta hasta que a la fecha, casi un año y medio después de lo debido, alguien finalmente decidió liberar al animal… Y tal como se sospechaba, la cosa no es ni remotamente perfecta. No obstante, el film de Johnston exhala cierto espíritu de Épica, tiene sus virtudes y vale destacarlas. En primer lugar, conceptualmente la película tiene una base sólida en materia tonal y estética; es el clásico, ni más ni menos, devuelto a la vida con todos sus vicios y elementos (el campamento gitano y el folklore de pueblo, el bastón con el lobo de plata y las balas del mismo metal), en vivos colores (sobre todo cada vez que hay presencia de sangre) y con sonido estéreo. El tono del relato es, en efecto, lo suficientemente sombrío y amargo como para sostener la trágica historia de la Familia Talbot. Como marco, la foto postal de época (la Inglaterra de fines del Siglo XIX) es no menos que impecable; y en sintonía, las imágenes concebidas entre la fotógrafa Shelly Johnson y el mismo Johnston (deudoras del estilo gótico de Burton y que maximizara Coppola con su Drácula) son de una belleza aplastante y se suceden sin que uno pueda dejar de admirarlas. A la orden, Baker y sus múltiples prótesis, así como los efectos visuales en general cumplen y de sobra con las exigencias del relato. Los empleos de CGI para ciertos momentos de los lobos no son perfectos, pero alcanzan a resolver lo que deben y sería hasta desubicado pedirles más (después de todo no todos los films con trucas digitales pueden ser Avatar). Y para acompañar, Elfman y sus acordes “a la Drácula de Francis Ford” le hacen al film la justicia que faltaba (es difícil creer que en un principio le rechazaran el score –manga de zánganos-). En síntesis, El Hombre Lobo, en materia técnica, pasando por lo visual, estilístico y demás rubros que puedan reclamar su felicitación, no falla en lo absoluto. Pero ahí no acaba el cuento… Si en algo se resiente el film de Johnston es en el manoseo evidente de un guión reescrito hasta el hartazgo y en las torpezas narrativas que el mismo le confiere al ritmo general del relato. Es importante destacar que este guión actualizado del clásico presenta no una, sino unas cuántas modificaciones respecto del original de 1941, y en su gran mayoría para mejor. Tanto es así que ahora hay dos lobos cuando debía haber uno (el duelo final entre ambos es brutal y hermoso), y se tiene a Sir John (Hopkins) con un nivel de protagonismo que hace de aquello alguna vez anecdótico, algo mucho más sofisticado. El curso de la historia no es el mismo, el conflicto tampoco y las emociones puestas en juego menos aún. Pero es justamente en el plano emocional que el film avanza a un ritmo que no le hace nada bien a la progresión dramática, ni mucho menos a la construcción de personajes. Tenemos a Del Toro, a Hopkins, a Emily Blunt –como Gwen, la dama en cuestión que precipita todo- y hasta al gran Hugo Weaving -el inspector Abberline- dando lo mejor de sí en todo momento, y es apenas suficiente (ahora, cabe decirlo en voz alta, si Hopkins y Del Toro pueden hacer lo que hacen con las restricciones evidentes que tuvieron para componer bajo el régimen del peor Hollywood imaginable, no merecen menos que un aplauso de pie, sin joda). En efecto, el romance entre Lawrence y Gwen tiene el paso lo suficientemente apurado como para no terminar de entenderse y/o aceptarse del todo; al menos no más allá de lo que ya es obvio y está decantado de antemano. Enhorabuena se tiene al gran Joe Johnston secuencia de acción por medio mostrando que sabe y que tiene el corazón donde corresponde, latiendo con la cadencia de la Épica romántica, y tratando de hacer coexistir lo bueno y lo malo, intentando convertir aquello imperfecto en un placer a la vista y con un nervio de la hostia. La película es, con todo a cuestas, entretenidísima. Y no es un detalle menor ni ajeno a la voluntad del realizador el registro de violencia y el despliegue de Gore (que, por cierto, le ponen la piel de gallina a cualquiera, en adición al miedo que mete Benicio Del Toro adentro del traje de Hombre Lobo; mamita querida qué feo sería que te corra…), resultando ser aparentemente uno de los pocos temas sobre los que Johnston tuvo un poco de control y decisión, y lo empleó haciendo valer su escasa libertad creativa e impostándole -a fuerza de estilo- a un film comercial contenidos dignos de la calificación R (sólo apta para mayores de 17-18 años). Se sabe, como dato de color, que el mismo Joe anduvo anunciando un futuro corte de director para el lanzamiento en DVD con 17 minutos que el estudio le exigió cortar para que la cosa “fluyera mejor…"; habrá que esperar y ver si en el confort del hogar finalmente se podrá ver El Hombre Lobo que todos merecemos. Y si, este Hombre Lobo es una bestia herida y marginada… pero aún con suficiente garra y sentimiento para imponer su presencia y veteranía frente a tantos "caniches toy" vendidos como licántropos de pura cepa que andan pululando por las salas en la actualidad (Crepúsculo, ufff…). Un magnífico animal que resulta increíblemente placentero volver a encontrar con este porte clásico y el olvidado hábito de aullarle a la luna su maldición.
Como si no bastara con haber reinventado la mitología de Michael Myers en la remake de Halloween hace un par de años, Rob Zombie ahora reelabora su propio trabajo y ofrece una secuela que puede que tome por sorpresa a más de un despistado… En el mundo rancio y amargo en el que Zombie teje las historias –totalmente subvertidas- de Laurie Strode, Sam Loomis y Michael Myers, hasta el mismo asesino de la máscara tiene su espacio dramático y podría ser considerada la mayor víctima de la historia. Mientras John Carpenter veía en Michael la representación del Mal absoluto, Zombie hace una pausa y muestra, en cambio, a un ser humano producto de un mal específico, afín a cualquiera, que rodeó a Myers desde su infancia y deja entrever una historia donde hasta el momento todo lo que se tenía en el prontuario de la saga eran anécdotas. Y esta carnadura emocional que subyace a lo largo de Halloween II, convierte al trabajo de Zombie en mucho más que un vehículo para el deleite morbo de los amantes del slasher. Y aunque el filme no repare mucho a la hora de prorratear brutalidad, gore y caos en la pantalla, hay mucho más de fondo, incluso ideas e instancias de extraña belleza surrealista que son todo un hallazgo en esta propuesta en particular. Halloween II se palpa áspera, se respira hedionda y se sufre con dolor como ninguna película de terror de la actualidad; y a la vez, se siente emotiva: el momento que Laurie toca la cara –careta- de Michael y le dice -Te quiero, hermano…- es de una anómala tristeza.