Una franquicia que no agota su capacidad de reinventarse. Mejor no intentemos racionalizar acerca de la supervivencia permanente del villano más temido. Milagroso escape mediante, un incendio brutal no cumplirá con su amenaza de acabar con la bestia diabólica. Hechizos del cine comercial. Aperitivo para “Halloween Ends”, refrito de próxima factura.
Acorde a la fecha calendario en donde fija su estreno(¿trick-or-treat?), entrega cuerpos masacrados por doquier; todo sea por prolongar el legado del trauma que revive la mitología de Michael Myers. El retorno a la fatídica noche concebida por la madre original, autoría de John Carpenter, en 1978, fue el mecanismo de ignición para la producción estrenada en 2018, un sorprendente producto autoría de David Gordon Green. El autor (¿dónde ha quedado aquel cineasta independiente emergente para el nuevo cine americano?) se coloca nuevamente tras de cámaras, dando vida a la pesadilla ignorando múltiples secuelas desechables.
En “Halloween Kills” abunda la violencia que no genera miedo, en tanta proporción como la nostalgia hacia aquellos personajes que convirtieron a este ejercicio del cine de terror en un clásico atemporal. Más de cuarenta años y doce películas compendian una historia profusa. Una franquicia que no se queda a morir. Un eterno reboot insuflado de sangre vieja. Solo hay algo que hace llamativamente bien: la maldad contrastada de la esencia humana (la histeria colectiva) con las motivaciones asesinas de un desequilibrado mental otorga cierto específico a una trama superficial de principio a fin. Puede la crítica norteamericana pronunciarse sobre las barbáricas masas enfurecidas que hicieran tambalear su régimen democrático en pleno brote pandémico.
Serias fallas narrativas quitan todo tipo de propósito y complejidad a la más reciente producción. Atisbos quedan de la noche alborotada de fines de los años ’70. Poca dignidad traduce el impávido rostro de Jamie Lee Curtis. ¿Realmente era necesario un enésimo regreso? “Halloween Kills” da rienda suelta al apetito asesino de Meyers. El recuento de cadáveres que se apilan nos hace perder la cuenta. Un serial killer que bate su propio récord de matanzas estimula nuestra más inconfesable perversión. Existen formas creativas de asesinar que siempre atraerán al espectador. Tras los rastros de sangre, pervive la inutilidad de una secuela que atenta contra la leyenda en buena ley ganada. Artilugios para desvirtuar al mito.