Este slasher de David Gordon Green anuncia el final de la trilogía que el otrora realizador de artesanales joyas del cine independiente gestara a lo largo de la última etapa de uno de los villanos más temidos de la historia del cine. Fallidas sendas últimas versiones disminuían las expectativas a priori, “Halloween Ends” intenta sumergirnos, desde sus primeros minutos de metraje, en climas de tensión supremos. Un prólogo establece base y tesis de la cinta: la oscuridad de un pueblo consumido por la violencia predispone la conducta de sus habitantes. Aquí se tratan cierta metáfora sobre la naturaleza mal que no acaba de cuajar. La presente es una historia con giros que, si bien ilusionan con ciertos hallazgos formales, el factor inesperado se esfuma sabiendo que estamos ante una franquicia que difícilmente sorprenda por su contexto o desenlace. Perturbador, sádico, provocador, Green está listo para darle al público lo que este espera: hay enfrentamientos que no se hacen esperar; la sorpresa y la incomodidad pretenderán estar a la altura del cierre de ciclo. Con guiños al film original del maestro John Carpenter (estrenado en 1978) la actual revisión avala las bases del concepto original. Presenciamos el eterno retorno al suceso de la fatídica noche de Halloween, reflexionando acerca del trauma de la mítica Laurie (Jamie Lee Curtis). Un aire pervierte la atmósfera, mientras destellos autorales en la estilización de la violencia abrevan en lo gore y visceral. Un uso de música recurrente (la partitura corre a cuenta de John Carpenter y Cody, su hijo) incrementa el desasosiego y lo terrorífico, aunque resulta lamentable que la resolución de ciertas secuencias se incline por lo risible. La impostada dinámica de rejuvenecer una mirada que no caiga en la necesidad de regurgitar fórmulas pasadas termina por convertir el ritual mortuorio elegido en una farsa de tamañas proporciones. El miedo no contagia ni por transfusión sanguínea. La calabaza estalla en nuestras manos.