El título con el que se estrena en la Argentina la película sobre el hombre que convirtió a McDonald's en un imperio de la comida rápida en los Estados Unidos puede inducir a ver crudamente lo que los productores, el guionista y el director trataron de mostrar de un modo sutil.
Hambre de poder no sólo suena espantoso al oído sino que es casi una caricatura verbal si se lo compara con el The Founder original (¿tan difícil era conservar el discreto El fundador, como en España?). Hay que insistir sobre el punto porque el subrayado ideológico es en este caso una especie de desencantamiento.
La fábula capitalista que pretende contar esta biopic sobre Ray Krok (Michael Keaton) exige que se le conceda un mínimo de fe a esa religión de los negocios que hizo grande a los Estados Unidos entre los años 1950 y 1980. Sin esa dosis básica de ingenuidad, lo único que queda es un desesperado intento por encontrarles el lado más favorable a las maniobras comerciales, legales y publicitarias de un arribista calculador.
La clave consiste en no ver un documental allí donde se nos está ofreciendo una ficción, es decir una mitologización de la realidad histórica. Como otras marcas famosas de los Estados Unidos, McDonald's hace décadas que es un emblema del imperialismo (y sus derivados: explotación laboral, mala alimentación y aculturación) y no va a revertir esa imagen por más que haga 100 películas autocelebratorias.
Sin embargo, el tipo de manipulación cinematográfica a las que nos somete Hambre de poder es verdaderamente artística por momentos. John Lee Hancock, autor de la hermosa El sueño de Walt, se las ingenia para alcanzar un estado de gracia cuando expone el método de cocina rápida que inventa Dick, unos de los hermanos McDonald. Es casi una comedia musical en miniatura en la que el trabajo se asimila a un juego (el esquema del proceso es dibujado y corregido sobre una cancha de tenis) y a una sinfonía (Dick dirige los movimientos con una batuta mientras suena una orquesta). Falso, sí, pero hermoso.
Sin ser cómica, hay como un tono virado a la comedia en la actuación de Keaton y en los rasgos físicos de los actores que interpretan a los hermanos Dick y Mac McDonald –los verdaderos fundadores de la cadena de hamburgueserías– que liberan a Hambre de poder del peso de ser una especie de apología de la estafa (si no legal, ética). Esa despreocupada levedad tiene algo de picaresca e inevitablemente nos pone del lado del tipo que se ensució las manos para obtener lo que quería.