Esta película sobre Ray Kroc, el hombre que convirtió a McDonald’s en la poderosa empresa que es hoy, muestra el costado oscuro y cruel del personaje en cuestión. Protagonizada por Michael Keaton, el filme del director de “El sueño de Walt” va mutando de lo que parece ser un “infomercial” sobre la compañía a un relato sobre el lado negro de su exponencial crecimiento.
Promediando la proyección de HAMBRE DE PODER tuve una extraña sensación: ¿estaba presenciando una suerte de infomercial sobre la fundación de McDonald’s, una de esas películas que se hacen y se estrenan porque las crea y apoya una enorme compañía multinacional con el poder suficiente como para hacer que ese tipo de material llegue a los cines? Saben a lo que me refiero. Así como las películas financiadas por alguna congregación religiosa, el filme de John Lee Hancock parecía ir en camino a convertirse en una especie de “película motivacional interna”, esas que les muestran a los empleados de una empresa con intención de convertirlos en parte de “el equipo” y así pelearse por ver quien llega primero a ser Empleado del Mes. A eso no podía evitar sumarle una segunda pregunta. Si era así, ¿a qué se debían las, por lo general, muy buenas críticas que la película había recibido en los Estados Unidos? ¿Habían “convencido” a los críticos con vouchers de Cajitas Felices de por vida?
Pero no. No era así. En uno de los juegos narrativos más ingeniosos que recuerdo en una película del mainstream hollywoodense en mucho tiempo, después de un poco más de media hora en la que se nos cuenta los inicios de la empresa, de cómo un local familiar californiano, creado y mantenido eficientemente por dos hermanos (los verdaderos McDonald’s) fue “descubierto” por un buscavidas ingenioso, arriesgado y creativo llamado Ray Kroc (Michael Keaton, perfecta elección para el rol) y transformado en un fenómeno a nivel nacional, de a poco el guión de Robert Siegel (EL LUCHADOR) empieza sutilmente a oscurecerse. Lo hace de a poco, al punto que uno al principio piensa que apenas son algunas zonas oscuras de la compañía que se muestran solo para después dejar en claro cómo se superaron. Pero no. La oscuridad avanza y el productivo, eficiente y obsesivo Kroc empieza a volverse, cómo decirlo, un verdadero canalla. Casi sin que nos demos cuenta, el infomercial acaba por transformarse –sin recargar las tintas en extremo, aclaremos– en una historia de creación bastante oscura, perversa y desagradable. Y también en una mucho mejor película.
Aclaro esto porque imagino que muchos podrían pensar en irse de la sala a los 20 minutos de película, cuando los hermanos fundadores nos hacen una demonstración tipo congreso de franquicias de comidas rápidas acerca de cómo hacer para que todo salga rápido, perfecto y sabroso, utilizando conceptos de la automatización industrial que, en los años ’40, todavía no habían ingresado al rubro gastronómico. Estos hombres, ingeniosos pero de ambiciones limitadas (encarnados muy bien por Nick Offerman y John Carroll Lynch), habían intentado expandirse años atrás con pésimos resultados. Hasta que un día le encargan a Kroc –un vendedor que recorría el país ofreciendo mezcladores para milk shakes que no lograba venderle a nadie– una insólita cantidad de esos productos. Intrigado, Kroc va a ver el local y se fascina con lo que encuentra: una versión iniciática de McDonald’s, con el mismo concepto productivo aunque con menos productos y con la gente todavía solo comiendo en bancos en el estacionamiento o en sus autos.
El tipo, entusiasmado por este nuevo concepto, quiere conocer los secretos. Los inocentes hermanos le cuentan todo y pronto firman un contrato para abrir más locales en otras zonas del país. Todo parece ir bien. Más allá de algunos errores, malas decisiones y los problemas matrimoniales que a Kroc le trae estar todo el día obsesionado con su trabajo, se ve que el hombre se preocupa seriamente por los locales y la calidad de los productos. Hasta que empiezan los problemas, de a poco. Los gastos son muchos y las ganancias son ínfimas, más bien hay pérdidas. ¿Cómo se soluciona esto? Es allí donde empiezan los problemas entre Kroc y los hermanos McDonald’s, en los que “el fundador” (por aquí pasa la ironía del título original, THE FOUNDER) se da cuenta que el negocio pasa por otro lado, donde la calidad de los productos empieza a ser más dudosa y dónde sus problemas matrimoniales (Laura Dern encarna a su esposa) se tornan desagradables a partir de la aparición de otra mujer, casada (Linda Cardellini).
Ya verán hacia donde avanza –más bien, desciende– la historia de HAMBRE DE PODER y cómo crecen las manipulaciones de Kroc a la hora de convertir a McDonald’s en un negocio eficiente a costa de la trampa, la mentira y la traición. Hancock (UN SUEÑO POSIBLE, EL SUEÑO DE WALT) tiene una filmografía que incluye algunas películas sobre personajes históricos, como la citada acerca de Disney, con Tom Hanks, que no dejan del todo bien parados a esas figuras mitológicas pero siempre con un toque suave, no excesivamente virulento en su crítica. Aquí, claro, algunos verán lo mismo, ya que no es un documental ni un filme-denuncia sobre otros lados aún más oscuros de la empresa (por decirlo de algún modo, ¿qué es lo que realmente venden y llaman hamburguesa?), pero me cuesta imaginarme que sea una película que funcione muy bien asociada con un combo Big Mac.
Otros podrán decir –y es una lectura posible– que pese a ser dura y crítica con las actitudes comerciales y personales de Kroc, la película igual celebra o al menos acepta su espíritu “empresarial” como parte del sistema que integra, una especie de “ley de la jungla” capitalista, en la cual se mata o se muere. O bien que, criticando a Kroc, HAMBRE DE PODER celebra el espíritu de los verdaderos fundadores de la empresa como una manera de hacerse cargo y limpiar de su historial sus etapas y años más cuestionables. Pero no creo que sea así: la película hace del viaje de Kroc (que, en la personificación de Keaton, nos pone a dudar siempre sobre si lo suyo es solo intensidad o verdadera malicia) uno similar al de Walter White en BREAKING BAD, convirtiéndolo de héroe en villano –acá en menos de dos horas– y viéndolo pasar de self made man que lucha contra los poderosos a la encarnación misma del poder. Finalmente, tanto esa serie como esta película, no sean más que sutiles radiografías históricas del funcionamiento del capitalismo más cruento, uno que no conoce de límites éticos a la hora de pensar en ganar más y más a costa de lo que sea…