Entrecruzando sutilmente la delgada línea que separa la sátira mordaz de la propaganda, "Hambre de poder" revela el secreto de un tenaz y ambicioso vendedor que cumplió su sueño volviéndose millonario.
Basado en la verdadera historia de Ray Kroc -Michael Keaton-, el hombre que en 1950 conoció a los hermanos Mac y Dick McDonald y visualizó un negocio que lo llevaría a crear el conocido y multimillonario imperio de comida rápida, Hambre de poder resulta un interesante biopic que ilustra el secreto del éxito a la vez que desliza una mordaz critica sobre el capitalismo salvaje de posguerra y las sombras que rodean el sueño americano.
Con una brillante interpretación de Michael Keaton encarnando a este tenaz vendedor, de una vulgaridad lacerante, que es rechazado una y otra vez buscando su gran oportunidad hasta que da con los hermanos McDonald -interpretados por unos convincentes Nick Offerman y John Carroll Lynch en la piel de estos humildes empresarios que anteponían la calidad a los beneficios-, emergiendo entonces su verdadera naturaleza: un hombre ambicioso, despiadado y sin escrúpulos que no parará jamás en su empeño empresarial, aunque ello implique la traición y le cueste su matrimonio o amistades.
Un eficaz relato que más allá de describir con precisión quirúrgica como se creó el imperio de la famosa cadena de comida rápida -un éxito que se cimentó en la adquisición de bienes inmuebles y no en la venta de hamburguesas-, intenta plasmar de forma liviana una critica sobre una sociedad que ha hecho de la basura, en su más amplio sentido, su razón de ser, pero que hecha demasiadas luces y muy pocas sombras de su protagonista.
Hambre de poder evita centrarse en los tramos más oscuros de la vida del obstinado empresario que sostiene que la perseverancia es la mayor de las virtudes, muy superior al talento o a cualquier otra, y se focaliza en el depredador que "robó una idea y el mundo se la comió", como dice una frase de promoción.