Ray Kroc (Michael Keaton) es un vendedor que recorre, sin mucho éxito, las rutas de Estados Unidos en busca de restaurantes de pueblo a los que ofrecer productos que considera innovadores. Esto cambia cuando le hacen un gran pedido desde San Bernardino, California y la intriga lo lleva a acudir en persona. Ahí se encuentra con un pequeño restaurante que no tiene mesas ni camareros, atendido por sus dueños Mac (John Carroll Lynch) y Dick (Nick Offerman) McDonald y un equipo de empleados que sirven la comida en pocos segundos, “McDonald’s”. Kroc ve en este emprendimiento familiar la posibilidad de generar muchísimo dinero y logra convencer a los hermanos McDonald de permitirle ser el encargado de vender las franquicias. Finalmente, Ray se apropia de un sueño familiar ajeno y lo convierte en un imperio.
Dirigido por John Lee Hancock (El Sueño de Walt, Un Sueño Posible), este film ambientado en los años 50 muestra la naturaleza del ciudadano norteamericano. Pone al espectador en medio de una lucha entre la integridad y la ambición y, aunque los productores lo hayan negado, publicita la comida de la cadena sin parar.
El comienzo es, como mínimo, lento. Ya que en la primera media hora casi no hay acontecimientos de relevancia. El plus es el trabajo del Director de Fotografía John Schwartzman (Jurassic World), quien logra una calidad en los colores que hace que la película sea muy linda de ver.
Pareciera que Hambre de Poder no quiere mostrarse contra McDonald’s y termina siendo una gran publicidad.
Contraria a otras producciones sobre el tema, pareciera que Hambre de Poder (The Founder) no quiere mostrarse contra McDonald’s y termina siendo, por momentos, una gran publicidad. Con una postura un tanto ingenua en cuanto a la actitud de Kroc (quien le robó la idea y nombre a los hermanos McDonald’s y se hizo millonario) la película entretiene pero no deslumbra. El ritmo es irregular y eso hace que por momentos sea un tanto tediosa. El sobresaliente es la soberbia interpretación de Keaton, quien dispone de charlas directas a la cámara, hablándole al espectador. Cuanto más elegante se lo ve, más se le va ennegreciendo el alma mientras va perdiendo el brillo en los ojos.
Reivindicando los orígenes de una de las cadenas de comida rápida más grandes del mundo (si no la más) y la calidad de sus hamburguesas, Hambre de Poder, falta de condimentos, resulta un tanto insulsa.