Mae Holland (Emma Watson) es una joven soñadora que se encuentra atascada en un trabajo que odia para poder ayudar a sus padres. Esto cambia cuando su amiga Annie (Karen Gillan), quien trabaja para una corporación llamada El Círculo, le consigue una entrevista para un puesto dentro de la misma. Este lugar, una mezcla entre lo que imaginamos de empresas como Google y Facebook, tiene un campus enorme. Fiestas, deportes, juegos, manualidades y muchísimo color. A poco de comenzar, Mae asiste a una de las charlas de la empresa llamada “Dream Friday” en la cual el co-fundador de la misma, Eamon Bailey (Tom Hanks), habla sobre los nuevos avances tecnológicos conseguidos. Al buen estilo predicador y con un autoritarismo disfrazado, consigue deslumbrar a todos. Mae incluida. Después de un accidente que la tiene como protagonista, Mae es tentada por los fundadores de El Círculo (The Circle) para convertirse en una persona totalmente “transparente”. ¿A qué se refieren con este término? A mostrar su vida online las 24 horas del día los 7 días de la semana. Interactuando con espectadores y recibiendo comentarios. Y esto, naturalmente, le complica la vida. En teoría la propuesta de esta película es interesante. En un estilo parecido al de Black Mirror, serie de ciencia ficción en la cual la tecnología cumple un rol tan protagónico que asusta, busca criticar a la generación que elige hacer todo a través de las computadoras e internet. A diferencia de otras producciones que se refieren a este tema, El Círculo critica a los usuarios por elegir exponerse. Pero deja de ser interesante cuando deciden hacerla durar 110 minutos mostrando solo dos o tres acontecimientos. La película tiene una primera parte muy colorida y llena de esperanza en la cual Mae consigue, aparte del trabajo, la posibilidad de darle cobertura médica completa a su padre Vinnie (último rol del fallecido Bill Paxton) quien sufre de esclerosis múltiple. Luego se va oscureciendo un poco cuando empieza a tomar conciencia de los problemas que le trae ser presa de la tecnología y la exposición. Aunque a la par de este oscurecimiento se va diluyendo la participación de varios de los personajes. El Círculo tiene una duración extrema para la historia que presenta. El personaje de Emma Watson no se logra comprender del todo. Pasa de ser recelosa de ser parte de este mundo donde la privacidad está mal vista a ser la personalidad más vista en la red. Pero no nos muestran esta transición y esta resulta forzosa. En el medio se encuentra con Ty (John Boyega) verdadero creador de El Círculo quien le advierte de las violaciones constantes a la privacidad que llevan a cabo pero su participación pasa prácticamente sin pena ni gloria. Tom Hanks, presente en las gráficas del film y presentado como protagonista, apenas es un actor secundario. La película se convierte en un desfile de personajes que tienen pocas intervenciones cuando de entrada se los plantea importantes. A esta lista se suma el mejor amigo de Mae, Mercer (Ellar Coltrane). De extrema duración para la historia que presenta, este film termina donde debería empezar. Es decir, la introducción pareciera ser parte del 90% de la película, dejando para el otro 10% la verdadera acción. Lo que sí le concedo es que no resulta completamente aburrida porque invita a conocer más. Pero deja un sinsabor alarmante. En este thriller sobre la muerte de la privacidad, con una heroína que se ve sumida en el poder corporativo, El Círculo es el gran protagonista. Con al menos 45 minutos del principio que deberían haber sido dedicados al final, entretiene pero desilusiona.
Facundo (Matías Mayer) es asesinado frente a sus padres (Mercedes Morán y Jorge Marrale) en el living de su casa. La muerte de su único hijo hunde a este matrimonio en una tristeza profunda y despierta en ellos el deseo de venganza. Podría haber sido una película que tuviera al espectador al borde de la butaca durante noventa minutos, podría haber generado en el público sensaciones de angustia, miedo, ansiedad. Pero la realidad es que aburre, de principio a fin. Este film dirigido por Miguel Ángel Rocca (La Mala Verdad, Arizona Sur) es tan lento que uno siente que la vida se le va mientras espera que suceda algo en la pantalla. Maracaibo presenta una historia fuerte que está totalmente desaprovechada, volviéndose chata y predecible. Todos los acontecimientos dentro de la trama (que no son muchos) se pueden advertir con anterioridad y esto mata por completo al factor sorpresa. Plantea a un padre que siente culpa por no haber aceptado la sexualidad de su hijo cuando estaba vivo y que busca vengarse pero cae en absolutamente todos los lugares comunes posibles. Tiene la escena del padre llorando en la ducha, tiene la pelea sin sentido en la cual sale golpeado, tiene todo lo esperable. Maracaibo presenta una historia fuerte que está totalmente desaprovechada. El principal problema es la mala dirección de actores. Las performances de Marrale y Morán son pobres y poco creíbles, muy por debajo del nivel al que acostumbran. Hablan como si estuvieran recitando de memoria el guión, sin expresión y sin actitud. Mayer está correcto aunque tiene pocas apariciones. El mejor de todos es Nicolás Francella, quien interpreta al joven ladrón que sin quererlo se convierte en asesino. Sus escenas son escasas y sus diálogos también pero logra transmitir la desolación y el abandono que siente su personaje a través de una mirada punzante y sin vida. Luis Machín pasa sin pena ni gloria representando al padre de Francella. No hay indicios de paso de tiempo y esto complica a la continuidad. Lo único que va cambiando es la curación de las heridas de Francella pero no es suficiente para dar cuenta del tiempo transcurrido y eso confunde al espectador. El sonido tiene fallas imperdonables tales como una cachetada de Marrale a Morán que no se escucha. Maracaibo toca temas fuertes e importantes sin hacerse cargo de ninguno. Es un thriller que no genera tensión. “¿Cuánto falta?” preguntó varias veces un chico que estaba sentado en la fila de atrás. Lo mismo que pensamos muchos durante toda la proyección.
Ray Kroc (Michael Keaton) es un vendedor que recorre, sin mucho éxito, las rutas de Estados Unidos en busca de restaurantes de pueblo a los que ofrecer productos que considera innovadores. Esto cambia cuando le hacen un gran pedido desde San Bernardino, California y la intriga lo lleva a acudir en persona. Ahí se encuentra con un pequeño restaurante que no tiene mesas ni camareros, atendido por sus dueños Mac (John Carroll Lynch) y Dick (Nick Offerman) McDonald y un equipo de empleados que sirven la comida en pocos segundos, “McDonald’s”. Kroc ve en este emprendimiento familiar la posibilidad de generar muchísimo dinero y logra convencer a los hermanos McDonald de permitirle ser el encargado de vender las franquicias. Finalmente, Ray se apropia de un sueño familiar ajeno y lo convierte en un imperio. Dirigido por John Lee Hancock (El Sueño de Walt, Un Sueño Posible), este film ambientado en los años 50 muestra la naturaleza del ciudadano norteamericano. Pone al espectador en medio de una lucha entre la integridad y la ambición y, aunque los productores lo hayan negado, publicita la comida de la cadena sin parar. El comienzo es, como mínimo, lento. Ya que en la primera media hora casi no hay acontecimientos de relevancia. El plus es el trabajo del Director de Fotografía John Schwartzman (Jurassic World), quien logra una calidad en los colores que hace que la película sea muy linda de ver. Pareciera que Hambre de Poder no quiere mostrarse contra McDonald’s y termina siendo una gran publicidad. Contraria a otras producciones sobre el tema, pareciera que Hambre de Poder (The Founder) no quiere mostrarse contra McDonald’s y termina siendo, por momentos, una gran publicidad. Con una postura un tanto ingenua en cuanto a la actitud de Kroc (quien le robó la idea y nombre a los hermanos McDonald’s y se hizo millonario) la película entretiene pero no deslumbra. El ritmo es irregular y eso hace que por momentos sea un tanto tediosa. El sobresaliente es la soberbia interpretación de Keaton, quien dispone de charlas directas a la cámara, hablándole al espectador. Cuanto más elegante se lo ve, más se le va ennegreciendo el alma mientras va perdiendo el brillo en los ojos. Reivindicando los orígenes de una de las cadenas de comida rápida más grandes del mundo (si no la más) y la calidad de sus hamburguesas, Hambre de Poder, falta de condimentos, resulta un tanto insulsa.
Magia, amor, música y mucho color. Una mirada renovada para un clásico de Disney y un viaje en el tiempo hacia la niñez de muchos. La historia de La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast) es conocida por casi todos. Bella (Emma Watson) es la marginada de su pueblo, porque sabe leer y escribir pero principalmente porque es independiente. Esta independencia es la que juega un papel importante cuando decide tomar el lugar de su excéntrico padre (Kevin Kline), quien se encuentra privado de su libertad en el castillo de la Bestia (Dan Stevens). Enemigos primero, Bella y Bestia pasan de la desconfianza al amor. En su camino se interponen un pueblo enojado y un hechizo que, marcando el paso del tiempo con la caída de los pétalos de una rosa encantada, amenaza con llevarse la humanidad de Bestia para siempre. La película dirigida por Bill Condon (Dreamgirls) se atreve a mucho más con respecto a su antecesora en dibujos animados del año 1991. Moderniza a Bella, quien asegura no ser una princesa, y se enfrenta a su egocéntrico pretendiente Gastón (Luke Evans), a la Bestia para defender a su padre y finalmente al pueblo entero. Plantea su película como un verdadero musical incorporando números musicales llenos de color, coreografía, letra y música pegadizas, producto del trabajo de los compositores Alan Menken y Tim Rice, quienes entendieron todo y supieron captar la esencia de la historia y aportar un poco más de magia. Condon decide ir más allá dentro de la historia, dejando ver parte del pasado familiar de Bella que no conocíamos, y dándonos un momento único entre ella y Bestia. La nueva edición de La Bella y la Bestia se atreve a mucho más con respecto a su antecesora en dibujos animados del año 1991. Emma Watson parece haber nacido para interpretar a Bella en la pantalla grande. También se destaca el trabajo de Dan Stevens como la Bestia, quien encuentra el punto justo entre la bronca que siente su personaje y el enternecimiento que le produce conocerla a ella. Otro tanto le corresponde a Luke Evans, representando a un Gastón que logra generar rechazo en cada aparición. La gran sorpresa, con una actuación sobresaliente, viene del personaje de LeFou (Josh Gad), el temeroso amigo y seguidor de Gastón que aporta el toque de humor que necesita la película para fluir como lo hace. Lumiere (Ewan McGregor) y la Sra. Potts (Emma Thompson) resaltan dentro de los empleados del castillo que también se encuentran hechizados. McGregor le da vida a un Lumiere auténtico, fiel al original, que se destaca al interpretar Be our Guest, la canción que le cantan a Bella en su primera noche en el castillo, y una de las escenas más llamativas de la película. Por su lado, Thompson aporta a la figura materna que parece estar faltante dentro de la historia. La Bella y la Bestia emociona. Logra ser un espectáculo visual con colores brillantes y con una historia que se renueva para ser mejor. Con la modernización acorde al 2017 y la esencia de Disney intacta, hechiza a los viejos conocidos y a los recién llegados por igual.