Una geografía humana Tan alejado del patetismo para la galería como del cine de propaganda, aunque no menos firme en sus convicciones, Hamdan recuerda que un travelling sigue siendo una cuestión moral. Silenciosamente –según los arbitrios de la masividad cinematográfica– pero con un una voz tan audible como personal, la obra de Martín Solá continúa investigando mundos y a aquellos seres humanos que los habitan con la paciencia del artesano, ya se trate de un navío pesquero en las costas de Barcelona, como en su ópera prima Caja cerrada, o la transformación de un cartero puneño en eventual trabajador de una salina (Mensajero). El opus tres de Solá, que viene de recorrer una docena de festivales especializados en todo el mundo, fue rodado en tierras palestinas y forma parte de un proyecto de trilogía, con un segundo capítulo en Chechenia y un tercero en el Tíbet. “Tres lugares unidos por un drama similar: no ser reconocidos como país”, según declaraciones del propio realizador (ver entrevista). Proyecto sin dudas atípico para un documentalista argentino. E indiscutiblemente ambicioso.Hamdan concentra toda su atención en la crónica biográfica de Ali Mahmoud Hamdan Sefan, miembro de Al-Fatah detenido a mediados de la década del ’70 y encarcelado durante quince años en diversas cárceles israelíes. Escapándole al concepto de las “cabezas parlantes”, ese relato permanecerá en estricto off: cadenciosa, suave y con un hálito poético, la voz de Hamdan recorre el camino de su vida en Siria, el regreso a tierras natales con la misión de entrenar a un joven miembro de la organización, la posterior detención y encarcelamiento, las torturas y las breves visitas de los familiares. Su rostro en primer plano, serio y mudo, puede verse dos veces, cerca del comienzo y en el final de la proyección, testimonio vivo de una existencia individual y colectiva, de un hombre y una sociedad. Porque si algo intenta –y, en gran medida, logra– el film es registrar una geografía humana como reflejo y símbolo de un territorio, una topografía del sometimiento y el dolor, perfectamente sintetizada en la imagen de esa casa demolida sin más justificaciones que la violencia insana del que tiene el poder de ejercerla.Dibujada con trazos mínimos, conscientemente rigurosa en la elección y uso de los recursos audiovisuales, Hamdan recorre rutas y callejones palestinos en largos travellings que no llegan a ningún lugar específico, observa los derruidos pabellones de las cárceles abandonadas, se detiene en los rasgos de sus antiguos compañeros de encarcelamiento y sólo incluye dos entrevistas tradicionales a cámara –una a la madre del protagonista, la otra al tío del joven adiestrado por Hamdan– que ganan en potencia precisamente por su exigüidad. Eventualmente, las particularidades del encierro de ese hombre (¿justo, arbitrario, debido, necesario, excesivo?) se transforman en metáfora del encierro de un pueblo, que el film ejemplifica de manera sencilla e impetuosa en un último movimiento de cámara semicircular. Tan alejado del patetismo para la galería como del pseudo documental propagandístico, pero no por ello menos firme en sus convicciones, el cine de Martín Solá recuerda en cada plano aquella vieja máxima que afirma que el travelling es una cuestión moral. Y confirma que el fondo no es otra cosa que la forma.
Riguroso y sugerente. Primera entrega de la trilogía ¿Quién habla de victorias? El resistir lo es todo (las siguientes se filmarán en Chechenia y en el Tíbet), esta película del argentino Martín Solá (responsable de Caja cerrada y Mensajeros, dos documentales atípicos y atrapantes) tiene como protagonista a un líder palestino que pasó quince años en las inhumanas prisiones israelíes de los 70 y los 80. Integrando voz en off y una propuesta formal y fotográfica tan rigurosa como sugerente, Solá consigue infundirle un ominoso clima de opresión a la historia de una misión militar fallida que termina sintetizando con claridad la disparidad de fuerzas en conflicto. Lo hace a partir de un puñado de valiosos testimonios que reflejan la perspectiva de un pueblo desplazado y enfrentado a un Estado poderoso y beligerante.
Flaco favor a la causa palestina. El monótono relato en off en árabe del ex líder palestino Hamdan Ali Mahmoud Sefan recorre casi todo este documental dedicado a reconstruir un episodio histórico acaecido entre las décadas del 70 y 80 sin apelar al más mínimo material de archivo que aporte algo de evidencia a la historia, algo que desde ya explicita la total ausencia de objetividad del proyecto. El relato en off suele ser escuchado sobre imágenes casi estáticas, o imágenes de rutas, o incluso de las cortinas de tela de un micro. Por momentos la cámara también recorre pasillos de cárceles o de pueblos palestinos, lo que en momentos culminantes permite que el relato en off desaparezca sin ser reemplazado por nada salvo sonido ambiente. Hamdan explica que pertenecía a una organización clandestina, que llevaba material explosivo y que debía adoctrinar a un nuevo miembro para que ejecute una importante misión. El discípulo hizo explotar un micro en Tel Aviv, lo que no era su misión, pero que llevó a la detención del narrador. Curiosamente, según él mismo explica, fue declarado culpable de perteneer a una organización clandestina, de tener material explosivo y de adoctrinar al miembro que hizo explotar el micro. Hamdan recuerda perfectamente detalles tan específicos como el plato de lentejas que comió antes de su detención, pero nunca menciona si la explosión del micro provocó alguna víctima. También relata historias muy dramáticas sobre el maltrato y las torturas por parte de las autoridades israelíes. El tío del discípulo que aparentemente hizo explotar el micro habla a cámara repitiendo que no sabía nada de nada, y el momento más humano y pasional lo aporta la madre de Hamdan, que en la mitad de su extenso reportaje a cámara sin cortes de montaje, donde cuenta maltratos y hasta la falta de un trago de agua se interrumpe, risueña, "ahora tambien tengo la boca seca", dice. Obviamente este documental parte de la base de que el punto de vista israelí no merece ser mencionado en este conflicto, ni siquiera al modo irónico de los grandes clásicos del cine político, pero si fuera un film de propaganda sobre la causa palestina, quizá haya sido infiltrado, dado que casi todo aquel que vea esta película no querrá saber más nada sobre el tema por un buen tiempo.
El director Martín Sola promete una trilogía sobre las etnias que no son reconocidas como país. El protagonista de este film es un antiguo líder palestino, preso por 15 años por tener explosivos y darle lecciones a un joven para un atentado. Con rigor estético, un lenguaje distinto y sorprendente.
Memorias de un sobreviviente Una de las primeras imágenes del opus tres de Martín Solá es la de un rostro en primer plano sobre un fondo negro. Es un rostro curtido, atravesado por mil arrugas que exteriorizan un pasado donde el sufrimiento era parte de la rutina. Hamdan Alí Mahmud Sefan -de él se trata- supo ser, a principios de los años ‘70, uno de los miembros más activos de la militancia palestina, hasta que un golpe fallido en 1973 terminaría constándole 15 años en una cárcel israelí. Estrenado en el prestigioso festival suizo de Visions du Réel, visto aquí en el marco del DocBuenosAires, y parte de una trilogía a rodarse en lugares aquejados por la problemática de no ser reconocidos como países, Hamdan marca un quiebre en la filmografía de Solá alumbrando nuevos horizontes temáticos. El director abandona el mundo del trabajo de Caja cerrada y Mensajero para abordar una cuestión mucho más ambiciosa como el conflicto palestino-israelí a través de la mirada de uno de sus implicados directos. Implicado que, en este caso, es lo suficiente ambiguo como para imposibilitar la catalogación de víctima o victimario. Sin embargo, lejos del didactismo o la bajada de línea, el director cede el protagonismo absoluto a Hamdan, dejándolo relatar en primera persona las situaciones previas a su encarcelación y los años entre rejas, al tiempo que la cámara se mueve por aquellos lugares habitados por las marcas del horror pasado, convirtiendo al film no sólo en una historia de supervivencia, sino también en un reflexión sobre la memoria y la violencia. Las conclusiones, en todo caso, dependerán de cada espectador.
Otras formas para la misma guerra Si hay una virtud que tiene Hamdan (2014) es la de correrse del lugar común que pareciera regir a los documentales que retratan el conflicto palestino-israelí, y eso no es poco. Pero además, y tal vez lo más interesante, es la forma de encarar desde lo formal un tema que parecía agotado cinematográficamente. Hamdan Alí Mahmoud Sefan es un viejo líder palestino que estuvo preso durante quince años por haber formado a un terrorista. Lo demás se develará en la propia película. Martín Solá, de quién ya habíamos visto Caja Cerrada (2009) y Mensajero (2011), construye un film atípico tanto desde la forma como del contenido. Primero que no busca la imparcialidad del tema sino que se planta desde un lugar, que en este caso es ocupado por Hamdan, y desde ahí narrará los hechos. No hay una preocupación de que la parcialidad se noté y eso lo vuelve aún más honesto. Tampoco recurre a los típicos encuadres de bombardeos, zonas en ruinas o cuerpos mutilados, que parecieran ser las únicas imágenes que se utilizan en los documentales sobre conflictos armados, sino que la cámara va para otro lado. Lugares que sin caer en lo explicito muestran un territorio devastado como la propia vida de Hamdan o de aquellos que lo rodean. No es casual que el director haya decidido presentar al personaje en un primer plano y de ahí en más no mostrarlo hasta el final. En el medio estará la historia y esos únicos planos tomarán un valor diferente. Para el espectador Hamdan no será el mismo. La información que recibió hará que la mirada impuesta sobre el personaje cambie. Ni para bien ni para mal, solo que cambie. Hamdan a simple vista es un documental parlante, de esos donde una voz en off relata una historia. Pero poco tiene que ver con ese tipo de films en donde todo se vuelve monocorde y sin vuelo poético. Acá hay un crescendo dramático en la voz del relator que es acompañada por una sucesión de imágenes con una concesión plástica pocas veces vista en un documental de estas características. Más allá de lo que cuenta, que puede generar cientos de debates con gente a favor o en contra, Hamdan tiene un valor fundamental que radica en la forma elegida para contar lo que cuenta. Algo que muchas veces el cine documental pareciera olvidar.
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La prisión permanente En la película Hamdan, el cineasta Martín Sola explora en la vida de pueblos que viven en sus propias tierras pero sin soberanía. La trilogía comienza por Palestina. Una voz en off en un fundido en negro. Primero oír, después ver. Disyunción inicial, estrategia general. La voz que se oye será la voz del pasado. Lo que se verá de aquí en adelante, excepto por una madre que recuerda la desgracia de ir a visitar a sus hijos a la cárcel, será el presente. En ocasiones, solamente silencio, y la confrontación con un rostro en primerísimo plano, que restituye la dimensión política del rostro y transmite acaso el vago concepto humanista de dignidad. Es que un palestino sin rostro puede ser una abstracción, pero un hombre que mira a cámara sin decir una palabra es primero un hombre, y como tal, en él y a través de su mirada, la historia de un pueblo habla. En esta primera trilogía sobre pueblos que viven en sus propias tierras sin gozar de soberanía, el caso elegido es Palestina (más adelante será el turno de Chechenia y Tíbet). El director argentino Martín Solá entiende que el cine político, antes que denunciar, debe concebir una manera de enunciar. El relato que cuenta Alí Mahmoud Hamdan Sefan, miembro de Al-Fatah y profesor de literatura inglesa, detenido el 26 de marzo de 1973 por las autoridades israelíes por transportar material explosivo y promover que un joven se incorpore a la resistencia, tiene una potencia ostensible debido a la forma elegida para trabajar sobre el testimonio: filmar el territorio ocupado, las cárceles, las celdas, una ciudad a lo lejos, las rutas desiertas en contrapunto con el relato de Hamdam provocan un cortocircuito entre la voz y el espacio visible. El espectador deberá entonces imaginar y asociar imagen y sonido. Esa operación lleva a identificar lo siniestro, el horror que un hombre puede ocasionarle a otro. Se trata aquí de un país hundido en "la idea" de otra nación. Hamdan hablará así de una doble prisión: aquella en la que estuvo él literalmente por 15 años y la prisión en la que vive ahora, un país diezmado llamado Palestina, que es también una prisión al aire libre. Esto se enuncia mientras un travelling lateral permite ver la tierra y sus pobladores. Es el movimiento moral y político de una cámara a la altura de las circunstancias.