Ultimamente está pasando algo muy curioso con el cine fantástico – y especialmente con las sagas y títulos de culto – y es la talibanización de la audiencia. Gente que, en masa, rechaza alteraciones, remakes y versiones alternativas de historias clásicas o de sus personajes favoritos. Es un criterio bastante idiota – por ejemplo descartar de plano la remake americana de Ghost in the Shell porque la protagonista ahora es una rubia caucásica (cuando si se lo considera en el contexto de un mundo cosmopolita como Blade Runner puede ser perfectamente viable), o la versión femenina de Los Cazafantasmas, la cual fue injustamente torpedeada ya que era muy buena -, porque prejuzga antes de ver si la obra tiene méritos de valía en la nueva versión, o si las excusas para el cambio están justificadas. Algo de eso esta ocurriendo con la comunidad Star Wars, donde los fans se siente violentados especialmente después de The Last Jedi. Es cierto que los autores de la nueva generación no saben recrear a los personajes clásicos de la saga – Han Solo nunca se pareció al original Han Solo; Luke Skywalker ya no es el niñato inocentón de hace 30 años -, pero tampoco quieren que los cineastas experimenten con nuevas ideas (para colmo, el libreto del filme que nos ocupa fue escrito por los Kasdan, padre e hijo, históricos contribuyentes creativos de casi todos los filmes de George Lucas, incluyendo la saga de Star Wars). Si El Despertar de la Fuerza tuvo un éxito brutal, fue porque era la versión 2.0 de Una Nueva Esperanza (la Star Wars original) y pareciera que los fans están contentos de escuchar una y otra vez la misma historia con mínimas variaciones en cuanto a sexo y nombre de personajes. Es como el teatro kabuki, que usa la misma estructura, solo cambia las partes y todas las historias son idénticas entre sí con meros retoques cosméticos.
Todo lo cual me lleva a desafiar abiertamente a la comunidad de fans de Star Wars para preguntarles: ¿en qué caraj… están pensando?. Aceptaron idioteces monumentales como la trilogía de precuelas casi sin chistar (al menos le llenaron los bolsillos a George Lucas de manera obscena), sólo porque venía con la firma de Dios en el orillo, pero consideran blasfemos a todos los artesanos off shore que se acercaron a modernizar la saga, presentarla al público moderno y prolongarla en el tiempo. Si pudieran, lincharían a Rian Johnson por El Ultimo Jedi y ahora, en el caso de Solo: A Star Wars Story, se han dado el lujo de torpedear el filme y convertirlo en el primer fracaso de la saga (costó 300 millones, recaudó 390). No sólo abortaron la posibilidad de un universo expandido de Star Wars (a lo Marvel) sino que ponen en serio riesgo la rentabilidad financiera de toda la franquicia.
Como diría William Shatner, ¡Get a Life!.
Honestamente Solo, A Star Wars Story no merecía tanto rencor. A la crítica le cayó bien: no es memorable, pero pasás un rato divertido. Después de todos los dolores de parto – echaron de una patada en el tuje a Phil Lord & Christopher Miller (que seguramente habrían hecho un filme mucho mejor, al estilo de Edgar Wright o James Gunn, plagado de comedia irreverente que camuflara la sosa historia), trajeron a un pistolero a sueldo como Ron Howard y el tipo se dió el lujo de refilmar el 80% de la película, así que no pueden responsabilizar del fracaso a los directores anteriores -, el resultado final es una aventura de matineé con algunos personajes interesantes, mucha acción y una historia agarrada con alfileres. Claro, no está Harrison Ford (herejía!!) pero pusieron a Alden Ehrenreich que al principio desentona pero después le agarrás cierta simpatía. Es cierto que se ve que el tipo está nervioso y se la pasa agarrándose los pantalones, pero tiene sus momentos de lucimiento. El drama es que el tipo encarna a una leyenda y, lo que es peor, lo metieron en un libreto plagado de personajes con carácter fuerte, los que terminan devorándole el espacio en pantalla. Woody Harrelson sigue siendo un ladrón de escenas, Thandie Newton rebosa de dureza, Donald Glover hace un Lando Calrissian mejor que el de Billy Dee Williams, y hasta hay una robot (L3 – nombre homenaje al estudio inglés Elstree donde rodaron la primera película de La Guerra de las Galaxias -, con la voz de Phoebe Waller-Bridge) cínica, soberbia y pasada de rosca que es por lejos lo mejor del filme. Hasta Emilia Clarke está bonita y destila sonrisas. Ehrenreich termina abrumado por todo eso y sólo termina brillando de a ratos.
La historia es rebuscada, sin mucho asidero. Solo descubrimos algunas cosas de la infancia de Han, y cómo consigue a su compañero y todos sus chiches, pero tampoco vemos cómo este tipo evoluciona de ser un tiro al aire a transformarse en el contrabandista mas taimado de la galaxia. A mi juicio la película está bien y es divertida, y había margen para un par de secuelas para que Ehrenreich ganara confianza y expandiera su historia de origen; pero el extremo sibaritismo de los fans de Star Wars aniquilaron el filme y tuvo una recaudación decepcionante, como si los tipos se hubieran puesto de acuerdo para mandarle un mensaje mafioso a Kathleen Kennedy, la CEO de Lucasfilms bajo la égida de Disney, para que deje de manosear los textos sagrados. La veneración se ha convertido en fanatismo ciego, lo cual es repudiable y olvida el hecho de que éstos son personajes de ficción creados para entretenimiento, no figuras sagradas. Aunque, viendo esto, uno termina preguntándose si George Lucas no fue mas inteligente que todos nosotros juntos, vió toda esta locura y decidió escaparse por la tangente con la trilogía de precuelas, espantosas por cierto, pero que al menos tocaban poco y nada de los personajes principales de la saga (Darth Vader, Obi Wan Kenobi, los gemelos Skywalker), porque sabía que lo iban a linchar si retomaba la saga original sin los engranajes aceitados como corresponde. De ser así, estamos entrando en una era muy peligrosa en donde el publico se ha radicalizado tanto que prejuzga y condena sin ver siquiera cinco minutos del filme para valorar la calidad del material, y se aferra de manera feroz a la rutina sin darle opción a la creatividad y a la expansión de universos ya conocidos. Objetividad cero y fanatismo al 250%, una combinación que opto por aborrecer hasta su mas mínimo estamento.