Con el espíritu de la clase B
El spin off del pirata coreliano resulta bastante uniforme, aunque con pretensiones bajas y momentos de aventura en clave retro.
Las franquicias de Hollywood llegan a las salas cada vez más grandes y con más conflictos a cuestas. Así sucedió el año pasado con la reunión de superhéroes de DC que fue Liga de la Justicia, que en medio del rodaje pasó de la oscuridad compulsiva de Zack Snyder a la liviandad pop de Joss Avengers Whedon. Y así sucede ahora con Han Solo: Una historia de Star Wars, cuyo derrotero incluyó la eyección de Phil Lord y Christopher Miller de las sillas plegables por las razones que se esgrimen habitualmente en estos casos: “diferencias artísticas” entre los directores y el estudio. Se dice que los responsables de Lluvia de hamburguesas y La gran aventura Lego llegaron al set con un método de trabajo basado en la improvisación y la libertad a los intérpretes –dicho sea de paso, muy en línea con sus orígenes en la comedia– que chocó de frente con el respeto a rajatabla por el guión que pretendía el productor y coguionista Lawrence Kasdan. Y en Hollywood, se sabe, el productor juega con el ancho de espadas. Con prácticamente todo el material filmado, había que buscar un reemplazo. El elegido fue Ron Howard, uno de los pocos directores de la generación analógica que logra mantenerse en la picota de la ola del cine de gran espectáculo a fuerza de un servilismo impersonal, siempre funcional y en ocasiones eficaz.
Precisamente eso es Han Solo: un film manoseado pero relativamente uniforme, de pretensiones bajas, livianito y con esporádicos momentos de aventuras en clave retro, con Indiana Jones como gran referencia. Incluso una de las situaciones más importantes se da en el interior de una montaña cuyo ideario se nutre de la secuencia culminante de Indiana Jones y el templo de la perdición. En ese sentido, si no hubiera millones de dólares detrás, si no existiera una campaña de marketing y prensa ejecutada con precisión suiza durante los últimos meses, si la premiere mundial no hubiera sido uno de los eventos estelares del Festival de Cannes, tranquilamente podría pensarse a Han Solo como una película de espíritu clase B devenida en tanque multitarget. Una que toma elementos del western y otros de la ciencia ficción y hasta del género bélico para acompañar el largo periplo intergaláctico del grupo de ladrones encabezado por Beckett (Woody Harrelson) durante la búsqueda de un combustible cuya venta significará un jugoso botín en disputa.
Iniciada en 2015 con El despertar de la Fuerza y con culminación anunciada en 2019 con el Episodio IX, la tercera etapa de la saga incluye dos spin offs, es decir, dos películas que funcionan como relatos autosuficientes y medianamente periféricos a la historia central. Han Solo es la segunda de ellas, después de Rogue One (2016). Todo transcurre, como siempre, “hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana”. Un “mucho” más “mucho” que hasta ahora, dado que en la línea temporal se ubica antes que Episodio IV, cuando el enfrentamiento entre el lado oscuro y el lado luminoso de la Fuerza recién establecía sus cimientos y Han (Alden Ehrenreich) ni siquiera se llamaba “Solo”. El film lo encuentra siendo un ladrón de poca monta que huye del planeta Corellia no sin antes prometerle a Qi’ra (Emilia Clarke) que volverá por ella cuando junte el dinero suficiente para concretar el sueño de comprarse una nave espacial. La obtención del Halcón Milenario, los inicios de su relación con Chewbacca y la justificación del apellido son algunos de los elementos que el film aporta al relato global de la franquicia.
Pero esas referencias, lejos del guiño canchero que tanto celebran los wikifans, se amalgaman con naturalidad. Sucede que Howard es un director 4x4 que pasa de la adaptación de un best seller de Dan Brown (Inferno) a una película deportiva ambientada en la Fórmula 1 de los 70 (Rush: pasión y gloria) o a una de aventuras en el siglo XIX (En el corazón del mar) como quien se baja del colectivo para tomar un subte. Aquí ejecuta maniobras de piloto de tormentas, timoneando la nave entre las imposiciones de un guión de hierro y reduciendo la imaginaría visual a una escala humana, con escenarios reales en los que la interacción de los actores se construye delante de la cámara, y un andamiaje digital funcional y pertinente. Con esa estirpe old school a cuestas, Han Solo deja varias puertas abiertas para seguir completando los agujeros negros de una galaxia que, aunque lejana en tiempo y espacio, parece más cercana que nunca.