Llegada cierta edad, uno intenta volver a habitar los universos en los que fue feliz, o en los que piensa que fue feliz, fórmula de la cual están sacando particular partido los estudios, aprovechando el síndrome de Peter Pan que afecta a toda una generación (a mi generación). Porque, ¿para que crecer si se puede seguir viendo películas de “Star Wars”?
Más aún, si se trata de películas como “Solo: una historia de Star Wars”, la nueva aventura de la saga espacial aparentemente infinita (se preparan spin offs secretos, una serie de televisión y una nueva trilogía, además de los libros, historietas, series animadas...), que marca un regreso a la aventura clásica que la edificó como el fenómeno de masas que es hoy.
Abrevando en la tradición de la primera cinta de la saga, esa peripecia burbujeante e inocentona, “Solo”, retrato de cómo el personaje, interpretado en el pasado por Harrison Ford y en el presente (el pasado del personaje) por Alden Ehrenreich, pasa al mundo adulto (es decir, pasa de ser un maleante con buen corazón y esperanza a un maleante con buen corazón y cinismo), se construye como una película ágil y feliz, sin pretensiones más que divertir a su audiencia y extender un poquito ese universo que nos encanta habitar.
Ese regreso al costado más “naif” de la saga no asoma como casual, luego de que las primeras dos entregas de la nueva trilogía, particularmente “El último Jedi”, intentaran llevar los mitos de la franquicia a nuevos horizontes, adaptando los viejos conceptos de bien y mal a una nueva audiencia (después de todo, los jóvenes son el motor de la industria del entretenimiento), una movida que llevó a críticas de los fanáticos más acérrimos, y que recargó las últimas entregas de la galaxia muy muy lejana (incluido el primer spin off, “Rogue One”) de temáticas políticas y actualidad: si bien en “Solo” hay alguna alegoría de las guerras, y algunas apuestas a una dimensión menos clara de la división entre bien y mal, la película procura volver a esa superficie rápida y sencilla de la aventura clásica que, en todo caso, habla de emociones, de ideologías y de humanidades sin recargar las tintas y bajar línea: lo que prima es la peripecia, y es la peripecia la que narra lo que piensa la película sin deletrearlo.
En este sentido, la película dirigida por Ron Howard desde el despido de Phil Lord y Chris Miller (los realizadores de “La película de Lego” que fueron despedidos a mitad de camino) se asume como una cinta menor, marginal dentro del nuevo canon construido por Disney, y decide tomar su menor relevancia como un fuerte, una libertad: aunque seguramente hubiese sido una película mucho más libre bajo las mentes desquiciadas de Lord y Miller, la cinta decide divertirse desde los bordes de la franquicia, y entregar lo que el espectador y el hincha (porque ya se es hincha) pretenden, sin pretensiones.
EL LADO B
Claro, el regreso de la franquicia a un estadío más sencillo y clásico la vuelve, también, más predecible: “Solo” casi no toma riesgos, presenta una historia de manual, con el vértigo manufacturado por set pieces de acción espectaculares pero no demasiado ocurrentes, una apuesta más por el bochinche que por la creatividad. Su apuesta por el hincha clásico de “Star Wars” se revela algo calculado en algunos momentos de “fan service” demasiado subrayados, menciones a objetos y personas de la saga que, salvo excepciones, aparecen en pantalla como para tildar el casillero, cumplir con los dados dorados, los guantes, las frasesitas, pero sin real carga emocional. Estos momentos, para colmo, son a veces subrayados por la música incidental citando y variando las viejas melodías de John Williams (la banda sonora la firma John Powell). En estos momentos queda revelado que si bien hay un aspecto de libertad por ser una película “menor” de la franquicia (y en la cual la audiencia no depositaba demasiadas expectativas tras los despidos de los primeros directores), la pesada mano del estudio continúa dictando y homogeneizando lo que tiene que mostrar el producto final.
Algunos hasta podrían ver en “Solo” un producto hecho “por comité”, por dictado, pero el resultado final es igualmente imbuido por estos momentos pedidos por el estudio y por la vida que le insuflaron los actores a sus personajes (brillante Ehrenreich, sobre quien había dudas; el Lando Calrissian de Donald Glover ya ameritó que Lucasfilms anunciara un spin off en torno a él) y la eficacia de Ron Howard, avezado director que tomó el timón en clara misión de divertirse con lo que terminaría siendo una feliz aventura de robos de trenes, persecuciones y tiros, amistades y traiciones.