ZONA DE CONFORT
Hay una lucha interna que se va dando en el mundo de Star Wars, que también está presente en los universos de Marvel, X-Men o DC, aunque con diferentes variantes, y que tiene que ver primariamente con los niveles de ambición, y cómo terminan afectando a las construcciones genéricas. En el caso de la saga creada por George Lucas pero ahora bajo la supervisión de Disney, se va evidenciando una tensión entre el despliegue de situaciones y personajes de los Episodios, ya cercanos a lo épico, y los relatos más comprimidos y localizados de las antologías, que buscan llenar esos espacios vacíos de un mundo que parece infinito.
Si en Rogue One se les daba lugar a esos personajes entre laterales y secundarios dentro de la gran línea temporal enmarcada por los Episodios, apoyándose en moldes vinculados a lo bélico y las tramas de robos; en Han Solo: una historia de Star Wars se buscan los orígenes de un personaje que ha sido fundamental, aunque no necesariamente protagonista en la segunda y terceras trilogías. La base es la aventura, que es el sello distintivo de Han, aunque también intervienen factores relacionados con el aprendizaje, el crecimiento y lo romántico. Esos componentes el film los tiene claros desde el mismo arranque: lo que vemos es a un sujeto que se crió en los márgenes, que está buscando consolidar lazos y construir una identidad desde el contacto con otros individuos.
Otra vez, al igual que en los demás films de esta nueva camada de Star Wars, la clave pasa por quién está detrás de cámara: si en El despertar de la Fuerza, Rogue One y Los últimos Jedi, se puede apreciar a realizadores que, para bien y para mal, aprendieron de una tradición estética y narrativa (que incluye pero trasciende a Star Wars), crecieron con ella y ahora la están releyendo desde adentro y rediseñándola a partir de la interacción con componentes actuales; en Han Solo la puesta en escena está a cargo de un cineasta que tuvo un papel en la construcción de esa tradición, desde la actuación (en films como American graffiti) y la dirección (en películas como Willow). Ron Howard es un veterano que siempre ha sabido utilizar el lenguaje del clasicismo y al que se le nota que aprendió unas cuantas lecciones de tipos como George Lucas o Steven Spielberg, por más que estén más cerca de ser colegas suyos en vez de maestros. Es, de hecho, una especie de segunda línea de esa generación que revolucionó a Hollywood en los setenta, alguien no mucho menor en edad y que no llegó a desarrollar una visión autoral propia, por más que sea sumamente efectivo en la concreción de diversos proyectos.
La efectividad es la característica principal de Han Solo: una historia de Star Wars. Es una película que se desarrolla con total fluidez, que sabe presentar a sus personajes con un par de trazos y que va acumulando situaciones de todo tipo (robos, trampas, huidas, duelos, engaños) sin tropezar, cumpliendo sin problemas con su objetivo primario, que es entretener. Pero es también un film efímero, que se conforma con llevar su relato a buen puerto (lo cual en un punto es comprensible, teniendo en cuenta su problemática producción) pero nunca arriesga más de lo necesario. Porque claro, Howard es un director que siempre apunta a lo seguro, que rara vez se sale de la norma o lo planificado, y más aún en este caso, donde tuvo que tomar el mando en el medio del rodaje. Uno puede imaginarse a Kathleen Kennedy, la presidente de Lucasfilm –también otra veterana de Hollywood-, diciéndole a Howard “agarrá el timón y enderezá este barco urgente, porque está a punto de naufragar”. Y a Howard, viejo lobo de mar, obedeciendo y cumpliendo con el objetivo, de forma rápida, precisa y efectiva. Si el joven Han Solo es delineado como un mercenario y aventurero nato que, a pesar de su pose canchera y hasta cínica, está buscando la chance oportuna de ser un héroe romántico y desinteresado, su película no se deja avasallar por los dilemas éticos: podrá tener un discurso solidario (especialmente en los minutos finales, que en unos cuantos aspectos es bastante forzado), pero no deja de ser artesanalmente mercenaria, efímera incluso.
El film concreto y digno en su concepción, pero fácilmente olvidable que es Han Solo: una historia de Star Wars, deja flotando la pregunta sobre cómo podría haber sido si Phil Lord y Christopher Miller hubieran permanecido a cargo de la realización en vez de ser despedido por Kennedy cuando estaban cerca de terminar la filmación. Con los realizadores de La gran aventura Lego y Comando especial al mando, podía esperarse anarquía, creatividad e imaginación a cada minuto, explotando las variables más impredecibles del personaje y explorando a fondo los componentes del mundo que habita. Sin embargo, seguramente nunca veremos esa película. En su lugar, tenemos un film que se limita a cumplir su papel como un engranaje más de una franquicia gigantesca, sin salir de su zona de confort, entregando lo justo y necesario, pero nada más.