Del director británico Joe Wright, cuyo debut fue en 2005 con “Orgullo y prejuicio” y posterior consagración dos años después con “Expiación, deseo y pecado”, podía esperarse más de lo que su más reciente “Hanna” ofrece. Y eso que cuenta nuevamente con la notable y joven actriz Saoirse Ronan, que tiene apenas 17 años y una muy promisoria carrera por delante.
A menudo se ha dicho, con justa razón, que una de las principales limitaciones del cine norteamericano es la no mezcla de géneros, de manera que casi todos sus films, excluidos los independientes, pertenecen a uno sólo. Así por ejemplo tendremos comedias (muchas muy tontas), dramas, thrillers, películas animadas o de ciencia ficción.
No es el caso de “Hanna”, quizás porque se trata de una coproducción de Estados Unidos con Europa (Alemania y Gran Bretaña) y por la procedencia de su realizador del último de los países nombrados.
Ya desde el inicio se atisba que Wright intentó hacer algo diferente en una escena bastante cruel en que una joven en medio de un bosque helado persigue a un enorme alce al que mata aunque como ella lo dice “apenas errando su corazón”. Esta misma expresión resurgirá hacia el final del relato en inteligente contrapunto.
La joven vive junto a su padre Erik (Eric Bana) en total aislamiento y pronto sabremos que él trabaja para la CIA en un experimento cuyos detalles conviene no develar salvo la indicación que se relaciona con la fortaleza física de su hija.
Esta introducción podría perfectamente encajar en el género fantástico o de ciencia ficción, pero luego el film sufre un viraje al thriller en que Erik debe escapar para proteger su vida, separándose de la adolescente que también opta por salvar la suya.
Es entonces que aparece un nuevo personaje, interpretado por la usualmente excelente Cate Blanchett, que aquí no tiene muchas oportunidades de lucirse, lo que habla más bien en contra de quien la dirige.
Los cambios de paisajes y países aportan cierto atractivo a esta especie de película de James Bond, al pasar sucesivamente por Marruecos (un país visitado recientemente en dos oportunidades por este cronista y que será objeto de una nota futura en este sitio), España, Francia y Alemania. Hay una buena filmación en un puerto de contenedores, una sesión completa de baile flamenco y ya en la parte final del film varias escenas en Alemania, Berlin entre otras locaciones. Justamente hay un lugar que sería un parque de diversiones dedicado a los hermanos Grimm donde tiene lugar el desenlace de esta movida y algo despareja trama.
Hay cierto exceso en determinadas situaciones como la persecución que sufre Hanna por parte de un alemán casi albino, un personaje que parece salido de un “comic”. El exotismo de la propuesta no siempre funciona y entre los más destacable conviene mencionar la banda sonora de “The Chemical Brothers”.