No aprietes el botón rojo
Hanna se perfilaba como una de esas cintas de acción que logran aunar en un mismo proyecto audacia, diversión, ritmo y calidad. Curiosamente, la película contiene todos esos elementos, aunque por una extraña razón no termina de ser el producto que en un principio prometía.
Veamos las razones: el director británico Joe Wright, conocido por los dramas de época Orgullo y prejuicio y Expiación, deseo y pecado se plantó frente al desafío de realizar un thriller de acción que nada tenga que ver con su filmografía anterior. El resultado es un trabajo lleno de matices, de buenos momentos, pero también de profundos huecos que terminan por perjudicar la experiencia.
La Hanna que da nombre al film es una adolescente de 16 años (brillante interpretación de Saoirse Ronan) que vive en un bosque de hielo de dudosa procedencia. Completamente aislada del mundo, es entrenada por su padre (Eric Bana) un ex agente de la CIA que tiene sus propios planes para la muchacha. Con la certeza de estar lista para afrontar el mundo moderno, la niña devenida en mujer enviará un mensaje disfrazado de botón rojo para revelar su paradero. Y ahí comenzará otra historia.
Separados uno de otro, empezaremos a conocer el pasado de ese padre y esa hija antes ocultos, ahora buscados por una agente especial (otra gran composición de Cate Blanchett) que será de suma relevancia para el resto de la trama.
Película de venganza y muerte, de detalle y sorpresa, Hanna se presenta como un oscuro cuento de hadas moderno (incluidas a su manera, la princesa y la bruja) que muestra signos de agotamiento antes de tiempo. Porque si ese auspicioso inicio daba cuenta de una historia con demasiadas aristas, a partir de la segunda mitad del metraje las cosas toman otro color.
Allí donde la protagonista comenzará un viaje de (auto)descubrimiento se incluirá a una familia tipo Siglo XXI con padres supuestamente cool, una amiga también adolescente, un intento de amorío y hasta el encuentro con la electricidad y la música.
Mientras, desde el ojo espectador, los hechos parecen correr en cámara lenta. No hay demasiadas escenas de acción, o algún otro elemento que justifique las lagunas a veces evidentemente expuestas entre una escena y otra.
A cambio, Wright ofrece algunos de los momentos más soberbios que se puedan ver en el cine comercial: dos planos secuencia de casi tres minutos cada uno (escenas del subte y el muelle) que impactan por su magistral coreografía, y una banda sonora cortesía de los Chemical Brothers que termina por darle ese toque tecno-new-wave que tanto bien le hace.
Con reminiscencias a títulos como la saga de Bourne, Nikita, Agente Salt y hasta Kill Bill, Hanna no muestra mucho más que algunos momentos inspirados, a pesar de las astutas herramientas utilizadas por su director. Sin pretensiones de revolucionar el género, tampoco tiene destino de olvido inmediato. Y eso también debe tener algún mérito.