Inquietante ejercicio de acción
Hanna es la nueva película del director de Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación: deseo y pecado. Dramas de época, sensibles, bastante estilizados. Si bien hay puntos en común con la obra de Wright (incluso con la más reciente, El solista) Hanna parece otra partida del género en el que está encasillado: esta es una película violenta y frenética. Es como si fuera un ejercicio del director en el terreno de la acción, y a decir verdad, es un ejercicio muy bueno. Wright es un director formidable, aunque sus obras tienden al desequilibrio. Esta no es la excepción.
Saoirse Ronan es la heroína del título. Es una chiquita de 14 años que vive entrenando con su padre, en Finlandia. No sabemos de qué se están ocultando: viven como primitivos, cazando animales salvajes y entrenando todo el tiempo, incluso cuando duermen. No es de extrañar, entonces, que la chica sea una máquina de matar. El padre, Erik (Eric Bana), esconde varios secretos, pero sin dudas quiere a su hija. El villano de la película es Marissa Weigler (Cate Blanchett haciendo formidable un rol genérico), una despiadada ejecutiva de la CIA que tiene una agenda pendiente contra ambos. Es como si fuera Karen, el personaje de Tilda Swinton en Michael Clayton.
La película sostiene el interés mientras no devela las preguntas que nos hace. A decir verdad, el tercer acto, donde todas se empiezan a responder, es lo más flojo. No logran ser las grandes revelaciones y terminan siendo pura fórmula, pero tampoco está mal. También se intenta congeniar el cuento de hadas adulto (hay constantes referencias a los hermanos Grimm) con las películas de venganza. Es una simbiosis rara, pero lejos de molestar o chocar (podría haber resultado algo más o menos chocante, como en Kick-Ass) envuelve a los personajes con su costado más humano.
En especial a esa suerte de robot-androide-petit Nikita que es Hanna. Saoirse Ronan, quien estuvo nominada al Oscar por su papel de Briony Tallis, es temeraria. Las cejas blancas, casi imperceptibles, le dan un aire todavía más despiadado. Todos los actores están bastante bien, a decir verdad, a excepción de Tom Hollander. El señor Collins de Orgullo y prejuicio no tiene el perfil de sicario despiadado. Aquí interpreta a uno de los asesinos (el más malo de todos) de Marissa Weigler. Pero aún con leit-motiv y todo, nunca puede despegar, de convencer.
Como todo ejercicio, tiene sus virtudes y defectos. Es un espectáculo digno de las películas de acción de finales de los setenta y principios de los ochenta: sucia, rápida. También es una suerte de homenaje a El perfecto asesino (León, 1996, de otro europeo: Luc Besson). Es una película estilizada y con algunas secuencias impresionantes (como para demostrar que sigue siendo un autor, hay un plano secuencia fabuloso donde Bana pelea contra unos agentes, y conversaciones femeninas debajo de una cobija) y el ritmo de videoclip no agota y se muestra lleno de ideas y energía. Pero de nuevo: como todo ejercicio, también tiene sus carencias. En este caso, los personajes de stock no molestan tanto ya que los actores son estupendos (basta ver lo que hace Cate Blanchett con el suyo), pero la conclusión es decepcionante y no está a la altura del resto. Aún así, Hanna prueba que Joe Wright es un gran director de cine de acción. Mucho más que los que se "dedican" al género.