Hannah Arendt

Crítica de Alejandro Noviski - La cueva de Chauvet

HANNAH Y SUS VERDADES SUELTAS

El film Hannah Arendt comienza con una captura. Es la recreación de un hecho histórico. A pocas cuadras de la calle Garibaldi, del partido de San Fernando, en el conurbano bonaerense, un hombre baja del colectivo que lo trae de su trabajo, un discreto puesto en una empresa, en horas de la noche. De caminar frágil y paso inseguro, avanza con un sombrero puesto, un portafolios en una mano y una linterna en la otra. La calle es de ripio, los alrededores, un descampado. Un camión de guerra estaciona delante del caminante. Dos hombres bajan, lo toman por la fuerza y lo introducen en el camión. Antes de arrancar, uno de los hombres agarra el portafolios que quedó tirado en la calle a consecuencia del forcejeo, pero deja la linterna que también cayó.

La breve escena del inicio no es incidental. Se trata de la captura del jefe de la sección antijudía de la Gestapo, responsable de proceder al exterminio masivo de judíos en las cámaras de gas, tras su deportación y encierro en campos de concentración. Detenido por los Aliados en 1945, logra escapar a la Argentina, donde vive bajo nombre falso durante varios años, hasta el momento en que comienza el film.

De algún modo la obra puede verse como la prehistoria de un texto. De los debates que se generan a partir de las peripecias de la captura y posterior juicio, germinará un ensayo que hará a Eichmann más famoso en la posteridad de lo que aún era en ese momento. Al modo en que el encuentro entre Truman Capote y Perry Smith da inicio a la concepción del clásico non fiction “A sangre fría”, el encuentro entre Hannah Arendt y el acontecimiento Eichmann inicia la gestación de “La banalidad del mal”.

Los procedimientos informales mediante los que se efectuó la captura de Eichmann fueron objeto de debate respeto a la legitimidad de actuar por sobre las normas establecidas entre los estados. El gobierno argentino no estaba al tanto del llamado “Operativo Garibaldi”, e incluso en su momento dicho accionar generó algunos contratiempos diplomáticos entre el estado argentino e Israel. Al respecto, Horkheimer, tiempo después de sucedido el hecho, sostenía en “A propósito de la captura de Eichmann”, “Es evidente que las causas formales del procedimiento son insostenibles. Eichmann no perpetró sus asesinatos en Israel e Israel no puede desear que la captura de criminales políticos en el asilo, justa o injustamente hallado por ellos, se convierta en regla”.

El film escenifica este debate a través de una discusión que se da entre un grupo de amigos que padecieron la persecución antisemita. El marido de Arendt, Heinrich, sostiene en un grito indignado: “Este juicio… es ilegal. El secuestro del servicio secreto israelí fue ilegal!”. Hans, un amigo de Hannah presente, ex voluntario del ejército británico integrante de la brigada israelí en 1944, responde: “Israel tiene el derecho sagrado de juzgar a un nazi por crímenes contra el pueblo judío”. Por su parte, Hannah sostiene que “Eichmann debió haber sido juzgado en Nuremberg pero escapó. Eso lo hace un forajido”.

Establecidos el contexto histórico y expuestos los parámetros de debate, la película nos muestra la historia íntima de un registro y el efecto de ese registro: el texto. De a poco la trama comienza a centrarse en las impresiones que a Hannah le provoca el desarrollo del juicio. Algo en Eichmann captura su atención y su interés intelectual. A diferencia del resto, Hannah le cree a Eichmann. Para los demás Eichmann simplemente miente, engaña. Para Arendt, en cambio, se trata de algo diferente que un simple farsante. Busca entender, comprender lo que Eichmann tiene para decir. En este punto la directora pareciera simpatizar con la postura de Arendt, presentada como una mujer que al pretender mostrar una perspectiva diferente es atacada por una comunidad sumergida en un frenesí de justicia.

Terminado el juicio, el film escenifica una especie de período larvario de una idea. Son escenas en las que Arendt muestra un recogimiento como si estuviera en el descubrimiento de una verdad que sospecha pero que no ve con claridad. En este sentido, los tiempos de su demora, las dilaciones, las conversaciones con el editor que le insiste telefónicamente, insinúan la incubación de una obra.

La obra que está en camino es su clásico texto tardío sobre la “banalidad del mal”, cuya síntesis es expuesta en el final de la película. El concepto busca secularizar de algún modo la idea de mal. El mal no es cometido por seres diferentes al resto de los hombres. Para realizarlo no es necesario tener un motivo, fuertes convicciones malévolas, o una naturaleza particularmente cruel, sino que cualquier ser humano, sometido a determinadas circunstancias propiciadas por un sistema particular, y que se niegue a “ser persona”, es capaz de cometer los peores crímenes. Es la incapacidad de pensar, entendida ésta no como conocimiento sino como la capacidad de distinguir el bien del mal, lo que hizo posible que hombres corrientes cometan actos bárbaros a escalas inimaginables.

Cada verdad tiene su tiempo, un timing para ser digerida. Hannah parece adelantarse al revelar su verdad, su cosmovisión del hecho. La comunidad no está en condiciones de aceptar y digerir una visión subjetiva tan distante de los efectos emotivos que la tragedia dejó tras de sí.

Sin embargo, no es su tesis sobre la banalidad del mal lo que más descalabro generó, sino una afirmación que en la propuesta teórica está casi de soslayo: la responsabilidad de algunos líderes judíos en el holocausto. La película lo condensa en una frase, justamente la frase que Bill Shawn, el director del The New Yorker quiere extirpar: “Este rol de los líderes judíos en la destrucción de su propio pueblo es, sin dudas, el capítulo más oscuro de toda esta oscura historia”. La frase no refiere a lo central de la teoría de Arendt, pero es lo que apunta a la médula de un tema irritante de la cuestión: una parte de la sociedad judía, puntualmente algunos líderes ligados a los comité, pudieron tener alguna responsabilidad en los hechos.

Toda sociedad es de individuos. Arendt enuncia la posible responsabilidad de algunos individuos en los crímenes del holocausto. Pero la comunidad, al menos en ese momento, no hace esa distinción. Decir que algunos líderes estuvieron involucrados en las deportaciones es interpretado en el sentido de que el pueblo judío no fue víctima. La tiranía del concepto “pueblo” hace de las suyas en cualquier momento y lugar. En la escena final, en la exposición de Arendt ante los estudiantes, el director de la universidad que forma parte del público interpela a Arendt: “Usted culpa al pueblo judío de su propia exterminación”. La lógica binaria en su expresión más pura.

La dificultad de tal distinción también se hace patente en la visita que hace Hannah a su gran amigo Kurt Blumenfeld. Postrado por una enfermedad, luego de haber leído parte de la publicación, le pregunta a Hannah si no ama a Israel y a su pueblo judío. La respuesta es contundente: “¿Por qué amaría a los judíos? Sólo amo a mis amigos. Es el único amor del que soy capaz. Kurt, yo te amo”. Kurt da media vuelta y le retira el saludo para siempre. Ella, dolida hasta la depresión, prosigue su camino. Le interesan sus amigos, pero no más que su verdad. Es justamente a los amigos, a su círculo íntimo y personal, a quien más hiere en su apasionada búsqueda.

De este modo, lo más polémico del texto “Eichmann en Jerusalén”, no fue el elemento central de su teoría, sino una reflexión incidental, ligada a los acontecimientos propios del juicio. No es la primera vez que el punto mas espinoso de un discurso está al margen, fuera del objetivo principal de una obra.

Respecto a esto el filme nos deja una reflexión sobre un ideal: el compromiso entre el intelectual y la verdad como bien más preciado. La reflexión sobre los líderes judíos no era esencial a su teoría, podría haber sido extirpada del texto sin afectar el concepto. Pero ella eligió sostener lo que observaba y no estaba dispuesta a quitar esa verdad del texto. Los costos personales del producto final, la soledad foránea en la que queda, la indignación despertada en innumerables lectores anónimos, la reclusión respecto a sus pares, nos muestran a su vez que sostener una verdad, sea errada o acertada en lo particular, no tiene precio, pero no es gratuit