Una mujer en tiempos de oscuridad
En el nuevo film de la directora de Rosa Luxemburgo, los vicios del cine académico, ese que siente la necesidad de explicarlo todo, luchan con una dificultad esencial (¿cómo se filma el pensamiento?), que paradójicamente le aporta sus mejores momentos.
Hay una decisión inteligente en el centro de Hannah Arendt y la banalidad del mal y es la de descartar de plano la idea de una biopic de la célebre filósofa alemana, que inexorablemente hubiera trivializado su vida y minimizado su obra. Contrariamente a lo que suele suceder, el título de estreno local resulta esta vez más certero que el original, porque la nueva película de Margarethe von Trotta –la recordada directora de Las hermanas alemanas y Rosa Luxemburgo– no pretende abarcar la totalidad del personaje que retrata (como sugiere la mera mención de su nombre), sino apenas un momento de su vida. Un momento determinante, por cierto: los cruciales cuatro años (1961-1964) durante los cuales Arendt cubrió el juicio del Estado de Israel contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann y luego escribió su famoso libro Eichmann en Jerusalén - Un estudio sobre la banalidad del mal, que tanta controversia trajo y sigue trayendo, como lo prueba el último documental de Claude Lanzmann, Le dernier des injustes, presentado en mayo pasado en el Festival de Cannes.
Nacida en Hannover, Alemania, en 1906, judía y exiliada política ella misma, Arendt (interpretada en el film por Barbara Sukowa, la actriz-fetiche de Von Trotta) hacía ya mucho tiempo vivía y trabajaba como docente universitaria en Nueva York cuando se entera de que Eichmann es secuestrado en Argentina por el servicio secreto israelí y llevado a juicio en Jerusalén. Cansada de su rutinaria vida académica y de los cocktail parties de Manhattan, le propone al editor de la famosa revista The New Yorker (por entonces el órgano de expresión por antonomasia de la intelligentzia estadounidense) viajar a Israel y cubrir el juicio para la publicación.
Ese comienzo del film hace temer un poco por su desarrollo posterior. La discusión en la redacción de la revista ante su propuesta parece estar allí menos por razones dramáticas que didácticas, para que ante la suspicacia de sus colaboradores el editor de la publicación pueda explicar en voz alta a los espectadores quién es Arendt y cuál es su importancia, desde su condición de discípula (y amante) de Martin Heidegger hasta el valor de su libro más famoso hasta entonces, Los orígenes del totalitarismo (1951). El viaje posterior en un bus, ya en Jerusalén, donde otro pasajero lee ostensiblemente un periódico (en inglés) que proclama en unos titulares catástrofe “Faltan dos días para el juicio del siglo” también choca por su didactismo. No son los únicos ejemplos, pero sí los más evidentes de una tendencia que afortunadamente la película luego logra revertir.
En el nuevo film de Von Trotta, los viejos vicios del cine académico, ese que se siente en la necesidad de explicarlo todo, luchan cuerpo a cuerpo con una dificultad esencial del film, que la propia directora describió muy bien en la entrevista publicada ayer en Página/12: “¿Cómo se filma el pensamiento?”. Ese escollo es el mayor desafío de la película y del cual, debe decirse, sale airosa, no sólo por una puesta en escena que paulatinamente va confiando más en la capacidad del espectador para ejercer su propio discernimiento sino también por el estupendo trabajo de Sukowa que, como en ocasiones anteriores, logra mimetizarse con su personaje al punto de casi hacer olvidar de que se está frente a una gran actriz. Menos es más, parece su consigna, mientras su Arendt se echa en un sofá a fumar, a pensar. A pensar, por ejemplo, cómo “resolver el dilema entre el execrable horror de los hechos y la innegable insignificancia del hombre que los había perpetrado”.
El material dramático de base es también fascinante. El hecho de que ya en las primeras notas para la revista, que luego fueron también los primeros capítulos del libro posterior, Arendt –que supo ser sionista– les impute a los Judenrat (los Consejos judíos) una dosis considerable de colaboracionismo frente a Eichmann, de acuerdo con datos que surgieron del juicio mismo, provoca una airadísima reacción no sólo de la comunidad judía neoyorquina sino también de muchos de sus colegas universitarios, que le hicieron el vacío y la empujaron al aislamiento. Ese choque entre el mundo exterior y el interior está mejor resuelto en la película cuando ella se refugia en la comprensión y el cariño de su marido (excelente Axel Milberg) que cuando recuerda su temprano amorío y posterior decepción con Heidegger. En el cine actual, el tiempo presente siempre tiene más verdad que los flashbacks, un recurso que –quizás por su manierismo– alcanzó su cenit en el cine clásico de Hollywood, pero que utilizado hoy siempre resulta retórico.