Al igual que Wakolda, otro film (en ese caso, nacional) que se exhibe en paralelo en la cartelera actual, Hannah Arendt lidia con la tragedia del Holocausto y el nazismo, aunque no desde el cine de género (no hay aquí suspenso ni convenciones propias del terror, más allá de la monstruosidad del episodio histórico del cual parte el argumento), sino desde lo casi documental, biográfico, al retratar cómo fueron los años vividos por la gran pensadora Hannah Arendt tras presenciar el juicio a Adolf Eichmann y escribir su posterior y famoso ensayo sobre la banalidad del mal.
En torno a esta obra gira pues la película, que con una gran habilidad para transitar temas tan incómodos como el libro de la célebre autora, reapasa uno de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad, con la suficiente inteligencia y autocrítica necesaria para no caer en la obviedad y lo políticamente correcto, esbozando las mismas preguntas incómodas que acosaron a Arendt tras publicar su controvertido texto en el New York Times.
Margarethe Von Trotta dirige con envidiable pulso didáctico, resumiendo apenas las bases de lo que según su personaje real consiste en la “banalidad del mal”, haciendo énfasis en la vida intelectual tanto como emocional de su protagonista. Barbara Sukowa va más allá de la mera imitación y se convierte en Arendt, al tiempo que Axel Milberg se luce como su fiel compañero, Heinrich.
Mención aparte merece el pasaje a través de diversos flashbacks que recuerdan los tiempos en que, tras la inocencia de la juventud y futuro desencanto de la madurez, Hannah conoce íntimamente a su mentor, Martin Heidegger, y descubre cuánto puede cambiar (o derrumbarse) un ser humano al tomar decisiones equívocadas.