Tan sólo una semana atrás escribí con motivo del estreno de Wakolda: “Es posible que La caída (Der Untergang, 2004) haya abierto la puerta a filmes que abordan de un modo distinto la temática del nazismo. Sin demonización en su accionar, el holocausto se rebela como la industrialización en la matanza de gente”. Cosas de las distribuidoras, con apenas siete días de diferencia con la historia de Mengele en Bariloche, otra buena película acerca del después de la Segunda Guerra llega a la grande.
Hannah Arendt y la banalidad del mal contiene, precisamente, ese tipo de lectura compleja. Por mi desconocimiento del personaje histórico de Arendt, omití su mención al momento de escribir aquel otro artículo, que tan oportuno habría venido al caso. Pero no lo conocía y me perdí el dato. Y eso que el período más polémico de Hannah Arendt comienza justo aquí, en Argentina (también), con el recordado caso del secuestro del fugitivo nazi Adolf Eichmann.
La directora Margarette Von Trotta se toma varios minutos para recomponer la vida de Hannah Arendt en Nueva York, donde su prestigio como escritora y filosofa judía la ha convertido en una de las voces más respetadas a la hora de analizar el Holocausto. Con escenas mundanas, Von Trotta prepara el terreno para lo que vendrá, la segunda mitad del film, cuando Arendt viaje a Jerusalén para presenciar y escribir sobre el juicio a Eichmann. Pero el resultado parece no ser el esperado por muchos: Arendt escribe un larguísimo artículo en el que analiza toda la problemática, sin lugares comunes ni corrección política. De regreso a EE.UU, la vida de la escritora se verá alterada. Dicen que escribió algo que no escribió o quizá falló la prosa al momento de la comunicación o tal vez ella sí escribió aquello de lo que la acusan: decidirá (ojalá que lo haga sin apuro, sin certezas atolondradas ni juicios express, como invita a hacerlo el film) el espectador.
Esta claro que no tiene sentido hablar, en una crítica de una película así, de los recursos técnicos y la fotografía y la posición de la cámara; basta con decir que Bárbara Sukowa interpreta con justa frialdad el personaje y que Von Trotta maneja con acierto los tiempos de la biopic, Hannah Arendt y la banalidad del mal es una película de ideas. En este punto, en la ineludible invitación a la reflexión, en su vocación polémica, en su feroz resistencia a todo reduccionismo intelectual, radican los enormes méritos del film. La directora comprende esto y permite a los textos el tiempo necesario para ser desarrollados y abrazados. Logra esto evitando caer en los vicios de un film lento (logro importante de dirección), e incluso maneja bien las tensiones y alcanza un gran climax en la escena de un discurso memorable.
Arendt parece reclamar: lean mi artículo; no lean lo que dicen los demás que dice mi artículo. Pero se sabe, en tiempos de medios de comunicación, esto es casi un imposible.