Más allá del bien y del mal
Si comprender el accionar de una persona, entender las razones (o justamente la ausencia de ellas) significa justificar la acción que lleva a cabo. Si acatar la ley desliga a uno de la responsabilidad de lo que está haciendo, y en definitiva, si los hechos existen por fuera de nuestra interpretación. En este ambiguo e inquietante mar de ideas, por medio de la figura de la filósofa judía y alemana Hannah Arendt, nos introduce la directora alemana de gran trayectoria Margarethe von Trotta, precisamente en su último film Hannah Arendt y la banalidad del mal (Hannah Arendt, 2012), presentado en el Festival Internacional de Cine Alemán realizado días atrás en Buenos Aires y que ahora llega a las salas.
Hannah Arendt asiste al juicio a Adolf Eichmann, quien fuera Teniente Coronel de la SS y ejecutor de la “solución final” que terminaría con la vida de millones de judíos. Tras escuchar al jerarca nazi, Arendt comienza a producir una serie de artículos que publicará en el semanal The New Yorker y generarán una gran controversia en la comunidad judía, quien sostiene que la intelectual alemana involucra a líderes judíos en el mal sufrido por su pueblo y relativiza la responsabilidad de Eichmann en la decisión de llevar adelante el exterminio, quien fallece en mayo de 1962 tras ser condenado a muerte. Luego de la exposición de su pensamiento en la publicación neoyorquina, Arendt comienza transitar sus días más ajetreados.
La alemana Barbara Sukowa es quien encarna a Hannh Arendt y sobre quien cae el peso de interpretar un papel en el que, lógicamente, radica una parte importantísima de la esencia del film. Y frente a dicho desafío, Sukowa ofrece una actuación que permite interiorizarnos con el pensamiento de la protagonista y transformarnos en compañeros de su conciencia, en cada imagen que la encuentra con su mente en pleno trabajo y los dedos sosteniendo su fiel cigarrillo.
Lejos está de ser una biografía. El film retrata, en particular, su experiencia a partir del testimonio de Eichmann en el juicio que lo encuentra culpable por sus crímenes contra el pueblo judío, durante la Segunda Guerra Mundial. Ella confía sin titubeos en lo que cree y sostiene frente a los ojos críticos del mundo que se escandalizan con la inserción del concepto que ella llama “la banalidad del mal”. Lo que para unos es soberbia o necedad, para Arendt se trata de una mala interpretación de su informe y una errada comprensión de lo sucedido, por parte de los demás. Eichmann no era “capaz de pensar”, sostiene la teórica política alemana. Él simplemente obedecía la ley más allá de toda moral, explica ella. Ahora, teniendo en cuente lo expuesto por ella, resta analizar desde el punto de vista de cada espectador, si ello le quita culpabilidad o no al militar alemán.
Al fin y al cabo, vemos que lo que le había anticipado, tiempo atrás, su mentor y amante Martin Heidegger comienza a cumplirse: “El pensar es un oficio solitario”.
Con el paso de los minutos, el film va ganando en expectativa. Nuestra atención aumenta y por momentos sentimos que estamos frente a una especie de thriller. De alguna manera, sentimos que pudimos conocer la vida de una reconocida pensadora del siglo XX, con solo observar lo transcurrido en un período de su vida, y eso sin duda habla de la claridad y capacidad de síntesis del film.
Aquí, Margarethe von Trotta entretiene y hace pensar. Sin embargo, lo que es mejor que hacer pensar al espectador, es dejar pensándolo una vez finalizada la película. Y que al salir de la sala, uno quiera automáticamente sentarse frente a la computadora o frente a un libro con el propósito de conocer más acerca de una personalidad, no es algo que genere el cine todas las semanas y, como consecuencia, pueda pasar desapercibido.