Azúcar rojo sangre
En una misma semana llegan dos películas que buscan tratar de recuperar cierto disfrute puro de los géneros, haciéndose cargo de las mixturas, pero tratando a la vez de alejarse de la solemnidad o los argumentos enrevesados. Una es El último desafío, con Schwarzenegger retornando a su mejor forma en una cinta de acción con mucho también de western y comedia. La otra es Hansel y Gretel: cazadores de brujas, que como bien reza su slogan, le da un nuevo giro al clásico cuento de hadas.
El giro en cuestión es en realidad un acto de sinceridad para con el material de origen. O sea, estamos hablando de dos hermanos pequeños que sin darse cuenta terminan en la casa de una bruja, quien los alimenta con el objetivo de devorarlos, pero a la que finalmente asesinan quemándola viva en un horno. No es precisamente algo lindo y bonito, ¿no? La verdad de la milanesa es que la delicada prosa de los Hermanos Grimm disimulaba la brutalidad del relato, pero dejaba entrever un mundo siniestro, donde lo desconocido era una amenaza y la fantasía era un agujero negro donde residían los peores temores, funcionando a la vez como un espejo deformado (o no tanto) de las opresiones y represiones de la vida rural en Europa.
El film lo que hace es básicamente explicitar y poner en imágenes aquello que asomaba en el cuento, al que utiliza como punto de partida. Lo que vemos a continuación es a los dos hermanos ya crecidos y como expertos cazadores de brujas, las cuales existen y hacen estragos en distintas villas, secuestrando niños, realizando hechizos malignos y otras maldades por el estilo. Un gesto saludable de la película es nunca tomarse realmente en serio todo el asunto, sino apostar al disparate, convirtiendo al relato en un vehículo de acción muy sangrienta, sin ahorrar tampoco en comicidad, referencias pop e insultos varios, con una pareja protagónica que no teme en ningún momento putear y patear traseros. Pero además, Hansel y Gretel: cazadores de brujas no deja de lado el terror, convirtiendo los espacios familiares en atemorizantes, con efectos especiales y de maquillaje que por evidenciar su artificio no dejan de ser funcionales a un universo tan crudo como barroco.
En este caldo de cultivo repleto de ingredientes pero sumamente apetitoso intervienen unos cuantos nombres propios de manera productiva. En primera instancia, el guionista y director noruego Tommy Wirkola, quien ya había demostrado previamente que no temía realizar combinaciones un tanto inusuales en Dead snow, una comedia de horror que presentaba un escenario con zombies nazis, y que aquí parodia en el buen sentido los cuentos de hadas, respetando sólo lo que vale la pena. En segundo lugar, los productores Adam McKay y Will Ferrell, quienes siempre se han caracterizado en sus creaciones conjuntas por abordar distintos géneros desde una mirada que repiensa y problematiza las reglas hollywoodenses, incluso desde lo ideológico. Y finalmente, al elenco, encabezado por Jeremy Renner y Gemma Arterton, pero completado además por Famke Janssen, Peter Stormare y Thomas Mann, todos en el tono justo y requerido.
Con mucho espíritu clase B (aunque mayores recursos en la producción), pasión por la aventura y mucha sangre salpicando la pantalla, Hansel y Gretel: cazadores de brujas consigue recordarnos que los cuentos de hadas son tan funestos como divertidos. Diversión tan dulce como sangrienta.