El film tiene tantos hallazgos como carencias; lo mejor son las escenas coreografiadas de danza y música
El australiano George Miller se hizo famoso entre fines de los años 70 y mediados de los 80 con la violenta saga de Mad Max . Sin embargo, su estilo revulsivo cambió por completo cuando incursionó en Hollywood con un melodrama como Un milagro para Lorenzo o con un film familiar como Babe, el chanchito en la ciudad . En los últimos cinco años se dedicó por completo a la animación infantil con las dos entregas de la saga Happy Feet .
Favoritos del cine desde hace ya bastante tiempo (aparecieron en documentales, en películas de ficción y, claro, en muchas producciones animadas), los pingüinos vuelven a ser los protagonistas casi exclusivos de esta secuela: el antihéroe perfecto es el pequeño Erik, hijo de Mumble y objeto de todas las burlas por su torpeza y por ser el "distinto", ya que, a diferencia de los otros integrantes de la comunidad, no sabe cantar ni bailar.
El humillado Erik se escapa con sus dos primos y volverá para salvar, con la ayuda de pingüinos de otra raza (ellos son Emperadores), a sus pares de la muerte tras un derrumbe que los deja atrapados.
El film tiene tantos hallazgos como carencias. Lo mejor son las escenas coreografiadas de danza y música (que van desde el rap hasta el gospel) y, claro, la calidad de la animación digital, que incluye un buen uso del 3D en términos narrativos.
Entre lo negativo está la apelación bastante constante a los estereotipos (como el latino un poco bruto, gracioso y de gran apetito sexual), una subtrama de dos krills (pequeños camarones perdidos bajo el hielo) que intentan emular a la ardillita de La E ra de Hielo y que jamás se integra al resto del relato, y un tono aleccionador (políticamente correcto pero demasiado obvio) sobre los desastres naturales que provoca el calentamiento global o lo malo que es discriminar para reivindicar luego la solidaridad y la amistad.
El espíritu didáctico tiene sentido en el cine cuando está sostenido por una historia atractiva. Si no, entorpece el desarrollo de una narración que primero debe entretener y, en un segundo plano, dejar a los más chicos un mensaje positivo. Aquí, parece, la prioridad no siempre ha sido ésa.