Mucha coreografía para tan pocas ideas
La segunda parte de Happy Feet da la sensación de que más que reunirse durante unos meses para elaborar un guión, los cuatro guionistas intervinientes (uno de ellos el propio director y productor de la película) decidieron, por cuestiones de comodidad, enviar sus ideas por mail, seleccionándose dos o tres del listado de cada uno y armándose lo que no hay más remedio que llamar “guión”. Que es en verdad un rejunte de distintas líneas narrativas, todas ellas embrionarias y con dificultades para hacer sinergia. El resultado es la película más floja en la carrera del australiano George Miller, realizador no sólo de la serie Mad Max –una de las más influyentes de las últimas décadas–, sino de las opulentas Un milagro para Lorenzo y Babe 2. Y, ciertamente, de la primera Happy Feet, que estaba mucho mejor que ésta.
El tablero se dio vuelta: en la anterior, Mumble era el “distinto”, que a diferencia del resto de la comunidad era incapaz de cantar una sola nota. Pero bailaba como un Fred Astaire de frac. Ahora pasó el tiempo y en la colonia de pingüinos emperador, de Mumble para abajo todos se bailan todo (con predilección por el soul). Salvo... su hijo Erik, a quien el baile no le tira. Incómodo entre los suyos, Erik desaparece un día con un par de amigos, viviendo algunas peripecias dispersas (con un elefante marino que no los quiere dejar pasar, con los miembros de la colonia del gurú soul Lovelace, con un pingüino sueco y volador llamado Sven). Cuando vuelvan a la colonia, a esa altura ya junto a Mumble, encontrarán que, producto de un movimiento de placas, los emperadores quedaron aislados. Hora de que Erik demuestre lo que vale. Por allí hay también un par de krills que, hartos de ser el último eslabón de la cadena alimenticia, quieren dar un salto evolutivo. Y un pingüino latino llamado Ramón, que se babea por una congénere, cuyo bamboleo recuerda a la Mulatona de Clemente.
Nuevo exponente de la utilización del 3D “porque sí”, la falta de cohesión de las distintas historias, y de interés intrínseco de situaciones y personajes, hace que a diferencia de las olas de alrededor, Happy Feet 2 no tenga un efecto de arrastre sobre el espectador, por mucho que se le quiera imponer una dinámica de vértigo. Tampoco se lucen demasiado los comic reliefs, estratégicamente plantados pero poco eficaces: los dos krills son parlanchines, pero no muy graciosos; Ramón, un puro estereotipo. El resto son muchos bailes y canciones, con los pingüinos (y pingüinas) haciendo unas coreos dignas de Broadway, debiendo soportarse alguna melosidad de repertorio en el rubro cantado.