Deseo y decepción.
George Miller es un director interesantísimo. Se nos dirá que Mad Max, claro que sí, pero es de aquellos pocos que una vez llegados a Hollywood (es australiano) continuaron haciendo un cine personal, repleto de ideas y que, cuando se acercó al cine infantil, continuó buceando en el relato, indagando en temáticas adultas con un punto de vista infantil y con una oscuridad a la que no muchos se animarían. Y su oscuridad no es una estética (te lo tenía que decir Tim Burton), sino un modo de contar y de ver: Babe 2, tan cuestionada en su momento, es una de las películas más tristes y excepcionales que recuerde. Los personajes de Miller son habitualmente descastados, seres al costado del sistema, perdedores, discriminados, outisders totales. Happy Feet, su anterior película, había sido una absoluta rareza: las mismas ideas de siempre, pero con banda sonora empaquetada para vender y un discurso que contrariaba la mirada pesimista sobre el humano y la naturaleza. Había una alegoría ecologista, pero falsamente esperanzadora: el cuento, la anécdota, demostraba que los humanos sólo conviviríamos y respetaríamos a los animales cuando descubriéramos sus posibilidades de fenómenos de circo. Ese final arriba y falaz era otra demostración del humor algo retorcido de don Miller.
Por todo esto es que Happy Feet 2: el pingüino es una enorme decepción. No sólo porque la película es evidentemente fallida, sino porque además no hay ni rasgo de la sorna, la mirada, el punto de vista del director. No hay en el film una doble lectura: todo es plano, llano, liso, amable, desabrido como si no se supiera para qué está hecha ni hubiera nada por agregar. La historia es la de siempre, la de la aceptación de lo que uno es y la del freak redescubierto como normal para el entorno. Happy Feet 2 tiene errores imperdonables para un film que llevó cinco años en redondearse y que tiene al mismo director tras las cámaras: el guión no sabe cuál es el eje narrativo, y no sabemos si el film es la historia del hijo (Erik) que tiene que aceptar a su padre (Mumble), o la del padre que tiene que aprender a aceptar a su hijo tal como es. Esa indefinición hace que la película se torne confusa, dispersa, irrelevante. Lo peor que uno puede pensar de una segunda parte (conflictos que se repiten, personajes simpáticos que pierden toda carnadura y se quedan en el mero chiste, agregados que no suman y sólo sirven para estirar y engordar) sucede en esta película: aquí, por ejemplo, los números musicales resultan innecesarios y poco justificados dentro de la trama. Por lo que apreciamos a Miller, me corrijo: esta película es una lamentable desilusión.