A Horacio (Pablo Echarri), que es un escritor frustrado y trabaja dando clases de literatura en una Universidad de Río de Janeiro, le suceden un par de situaciones por accidente. No las busca. Está en ese lugar y le pasan. Esos hechos fortuitos le van a cambiar su apacible vida en el exterior. Está casado con una bonita mujer llamada Vera (Leticia Sabatella), brasilera y diputada. Tienen un hijito que lo envían unos días a la Argentina para que visite a su abuela paterna. Lo que podría haber sido un motivo de unión en la pareja, luego de quince años de matrimonio, el azar movió sus fichas y todo se desmadró.
Filmada en Brasil, en coproducción con la Argentina, esta película cuenta con nuestros créditos locales Pablo Echarri y Luciano Cáceres, en el papel de Ricardo. Dirigida por Eduardo Albergaria con la intención de ser una comedia dramática, cuenta las peripecias del protagonista en un territorio que después de tanto tiempo de residir allí no le resulta ajeno, pero no por eso se siga sintiendo como un extranjero.
Con un incidente inicial muy bien logrado, en la que un ladrón que suele trepar a edificios para robarlos cae de un balcón sobre el auto manejado por Horacio en una noche de lluvia: Este suceso por un lado lo convierte en héroe para el periodismo y la opinión pública, y, por otro una alumna, Clara (Aline Jones), seductora y atractiva, lo tienta a dejarse llevar por el deseo.
Con estos conflictos, sumados a que su esposa es designada como candidata a alcaldesa de la ciudad, se desarrolla el largometraje narrado con agilidad, aunque la voz en off de Horacio, expresando sus sentimientos y reflexiones, termina sobrecargando innecesariamente de información a la historia. Además, ciertas escenas son acompañadas por música brasilera o tangos que suenan en un viejo tocadiscos.
El film está concebido para que entretenga. El realizador no pretende profundizar ningún tema. Ni el de la delincuencia, que lo toma con liviandad, o el drama central, que lo aborda con un planteo adulto, y ciertos diálogos bien construidos, que merecía la pena enfocándose mucho más en la cuestión, pero lo desestimó, y ni que hablar de cómo la política construye o derrumba a un candidato para algún puesto ejecutivo de peso, y en este caso también lo utilizó como un soporte para que la historia central avance.
Lamentablemente Eduardo Albergaria eligió el camino de la indefinición, ya que no se sabe bien a que género pertenece “Happy Hour: Dale espacio a tu deseo”, y cuando esto lo percibe el espectador lo que le espera a la película es la intrascendencia.