Comedia de enredos, comedia surreal, thriller político, drama existencial, drama intimista y hasta drama porno soft. Semejante mamushka de géneros no sería de por sí un error, se puede citar a Quentin Tarantino como un eximio creador de collages, o filmes que cambian abruptamente de género sin perder identidad, como el cine de los hermanos Coen, o películas tan peculiares que jamás necesitan precisar su género, como la obra de Martín Rejtman.
Happy Hour y su combo de climas revela más una pérdida de control que una conciencia creativa. Eduardo Albergaria, director y coguionista, no asienta una plataforma sólida para que otros géneros diversifiquen la textura del filme. Simplemente se salta de un humor absurdo (por momentos chabacano gracias a la incursión de Luciano Cáceres, que parece actuando en una comedia del prime time televisivo) a escenas de una densidad dramática inesperada, cámara en mano y encuadres cerrados. Estos compartimentos son separados por tomas publicitarias de Río de Janeiro al atardecer, ciudad en donde transcurre la historia por tratarse de una coproducción.
Aquí Pablo Echarri, canoso pero con el sex appeal intacto, encarna a Horacio, un profesor de literatura instalado en Brasil, casado hace 15 años con Vera, una diputada que aspira a la gobernación. El matrimonio entra en crisis cuando Horacio se convierte en figura mediática por atropellar a un hombre-araña psicópata que venía aterrando a la ciudadanía.
El disparador tiene su atractivo, sugiere una sátira de los medios masivos y la fama express, pero el rumbo se extravía lentamente, el frenesí y la picardía de la primera media hora se desvanecen, irrumpen largas escenas de melancolía conyugal, luego secuencias de thriller político con personajes sórdidos, hasta drenar la narrativa en un soliloquio existencial que no resuelve nada porque en el estallido de subtramas se perdió el conflicto cardinal. Finalmente, con los créditos, se plantea una vuelta de tuerca tan imposible como atroz.
El recurso de la voz en off es uno de los más impertinentes en el lenguaje del cine. O subraya lo que vemos o decora un estado anímico. Happy Hour la implementa con una torpeza innovadora: ser un bodoque de reflexiones desarticuladas de la historia. Si en la sala de montaje algún sujeto sensato hubiese desactivado la banda sonora de Echarri filosofando, la película al menos se beneficiaba con la sugestión del silencio.